viernes, 12 de febrero de 2010
La Máquina de Torturar Españoles
viernes, 5 de febrero de 2010
Una Mañana en Hyde Park
Vivimos a unos 15 ó 20 minutos andando del pulmón verde de Londres y, por raro que parezca, aún no lo había visitado. Mi espíritu perroflautil, aquel que desarrollé cuando con 15 años comencé a frecuentar los parques para jugar con los hakys, bailar las cariocas o, simplemente, tirarme en el césped, me pedía a gritos lo que comienza a convertirse en una obsesión recurrente: huir de Oxford Street.
Así que a las 10 de la mañana de un soleado viernes, preludio de un maravilloso fin de semana, que diría aquel, atravesé por primera vez las verjas del imponente Hyde Park. Un plano del parque me dio la bienvenida y me indicó que el Serpentine, algo así como un lago, separa el Hyde Park propiamente dicho de los jardines de Kensington. De frente, una escultura homenaje a los caídos en la Gran Guerra. A la izquierda, la puerta principal de entrada al parque. Y en mi cabeza, tal batiburrillo de cosas que ver, direcciones que recordar y senderos que seguir, que al final decidí darme un paseo sin buscar nada, dejándome llevar por cualquier vericueto.
Seré provinciana, nacionalista y todo lo que queráis, pero siempre que salgo de Madrid, algo que ha ocurrido tres veces contadas, dos de ellas para ir a Segovia, acabo comparando lo que veo con mi querida capital. En este caso, la comparación obvia es: ¿en qué se diferencian y qué tienen en común Hyde Park y el Parque del Retiro?
Esta vez no me atreveré a decir que el Retiro es más grande, que a lo mejor. Pero tampoco diría que Hyde Park es más bonito. Y decir que “son distintos” no nos lleva a ningún lado. Así que, por aclarar algo y a grandes rasgos, diré que el Retiro son caminos que atraviesan arboledas y algún que otro jardín que tiene que ser cuidado por tropecientos operarios del ayuntamiento para que el césped no languidezca; mientras que en Hyde Park abundan grandes explanadas verdes salpicadas por árboles que se pueden observar desde los paseos amplios y asfaltados hechos para los paseantes, los estrechos caminos de arena para los caballos o desde la propia hierba.
En Hyde Park los policías patrullan en caballos percherones. El ambiente es tan húmedo que los trozos de hierba más verdes que seas capaz de imaginar se mezclan con inoportunos barrizales. Los árboles están plantados en hileras perfectas y, como en todos los parques, he ahí el encanto de estos maravillosos vergeles que salpican las ciudades, una sorpresa te aguarda cada vez que giras la esquina.
Hyde Park no tiene estanque, pero tiene un lago en el que se bañan palomas (muy, muy gordas), patos y hasta gaviotas. Las personas y los perros, no se pueden bañar, pero, a cambio, alguien ha puesto, a disposición del turista, del paseante ocasional y de los enamorados*, barcas que no van a remos, sino a pedales.
Después de hora y media de fotografías y paseos ya tenía una pequeña radiografía de lo que es Hyde Park así que, a media mañana y con la comida aún sin hacer, decidí que era el momento de volver a casa.
A la salida del parque, un señor con dos perrillos me sonrió. Creo que quería que fotografiara a sus mascotas. Me hizo pensar que tener un perro sería una buena forma de obligarme a salir, conocer gente y aprender inglés. Pero ni Sara, ni Sevi, ni por supuesto mi madre, me dejan tener perrito así que me tendré que conformar con los Book’s Clubs y con los Pubs (no os perdáis el próximo post, un paseo por algunos de los pubs históricos del Soho y, más interesante todavía, la crónica de nuestra primera noche de pintas).Con mi espíritu perroflautil henchido de aire fresco, me fui a dar de comer a mi hambriento espíritu consumista, que una cosa no quita la otra. De camino a casa hice una parada en Primark donde, además de una manta para añadir un tono de rosa extra a mi colcha, me compré el objeto que ambicionaba desde que vi Lost in Translation: un paraguas transparente. Vosotros también lo habríais comprado, nadie puede resistirse a comprar algo que ha salido por la tele y que solo cuesta tres libras.
* Nota: Alguien me debe un paseo en barca por el Retiro y, como se descuide, se lo cobro en Londres.
jueves, 4 de febrero de 2010
Próximo objetivo: aprender inglés
El martes vino a instalarla un tipo albano que me pidió tres veces que quedara con él para ir a tomar café, me dijo dos veces que era guapa, comparó mi pelo negro con el de las chicas albanas e intentó convencerme de que mi novio no tendría por qué enterarse de que me había dado su número de teléfono. Yo, en pijama, mal peinada y con la cocina patas arriba porque acababa de terminar de hacer lo que yo llamo “espaguetis a la sorpresa” (porque nunca sé cómo van a estar) y alitas de pollo para dos días, no veía el momento de que se marchara.
Pero al final se fue, me duché todo lo deprisa que pude (en media hora tenía que estar en el trabajo) y, mientras comía, comencé a disfrutar de uno de los grandes placeres de esta vida: ver televisión por cable después de que se hayan pasado una hora intentando ligar contigo.
Hay tantos canales que si fuera haciendo zapping uno a uno, tardaría al menos un par de horas en verlos todos. Hay tantos canales que la mayoría de las veces no sé qué ver y acabo poniendo BBC News. Hay tantos canales que veo Friends a la hora del desayuno, Perdidos (sí!) cuando como y How I met your mother mientras ceno.
Ahora que he encontrado el sustituto perfecto del HMV, presiento que mis horas de ocio en Londres comienzan a tener sentido. Mientras se cuecen las lentejas a metro y medio de mí, puedo escribir este post en el portátil y seguir viendo Friends. Decidme, ¿qué más se puede pedir a una estancia de un año en el extranjero? Pues llamadme ambiciosa, pero aún deseo más: quiero aprender a inglés.
Después de descartar apuntarme a un curso de inglés (de esos a los que llevo toda la vida apuntada y que, por lo que he podido comprobar una vez aquí se quedan cortos) comienzo a barajar otras alternativas.
- Book’s Club: Existen y en Londres hay uno en cada biblioteca. Se trata de un grupo de gente que se reúne cada mes para comentar la lectura de un libro que eligieron en la reunión del mes anterior.
- Lady’s Club: Lo que en Facebook llamaríamos “Señoras que quedan por las mañanas para hablar de sus cosas”. Pues eso, pero organizado por las bibliotecas municipales (benditas bibliotecas!) y con señoras paquistanís, chinas y, con mi presencia, también españolas. Nos intercambiaremos recetas, nos quejaremos de lo poco que ayudan en casa nuestros maridos y, con un poco de suerte, alguna entrañable señora inglesa me invitará a pasar el fin de semana a su casa de la campiña para que pueda probar su magnífico roastbeef.
- Curso de reciclaje: El ayuntamiento da unos cursos (espero que gratuitos) para que los buenos ciudadanos de Londres aprendan a reciclar. Si alguna vez te has preguntado en qué contenedor se echan las bombillas fundidas, este curso promete resolver todas tus dudas sobre reciclaje en una ciudad que, ojo, no tiene contenedores de basura.
- Escuela para adultos: Espero que la variedad de cursos vaya más allá de sacarse el graduado escolar y que sean gratuitos.
- Voluntariado: Me he apuntado a una web que pone en contacto a ONG’s y voluntarios. Sin embargo, por lo que he podido leer en diferentes foros, incluso acceder a un trabajo como voluntario, es decir, sin cobrar un duro, es complicado.
- Quedar con el albano: Prohibido por mi señor esposo.
- Ir de Pubs: Para qué contaros.
Ya se me han hecho las lentejas y se ha acabado el último capítulo de Friends de la mañana. Mientras me despido, en la tele, una pelota pintada con la bandera de España, bota, protagonista, en el anuncio del Euromillón. En cuanto aprenda el inglés suficiente como para entender todo lo que me dice en cajero hindú del Tesco, presiento que me sentiré como en casa en este país.
Nota a mis EfeBecarios por el mundo: Os sigo a todos, no tanto como quisiera, pero en una semana tendré (espero) Internet e intentaré ponerme al día de todos vuestros blogs. Mientras tanto, seguid escribiendo, que me encanta saber de vosotros.