lunes, 24 de septiembre de 2012

The Unexpected Guest, en el INEM

"Qué tiempos en los que iba al curro, lo daba todo y salía con ganas de comerme la vida". 
Una buena amiga del trabajo me acaba de escribir con este mensaje. Un mensaje que escribe ella, pero que podríamos firmar, en un momento u otro, cualquiera de los que nos seguimos dedicando a esto del periodismo en los últimos tiempos. Así de feas están las cosas. Con esa misma desazón nos levantamos todos. 

Sé que escribo desde el desánimo de saber que a partir del jueves volveré a engrosar la ya abultada lista de parados de este país. Pero, qué narices, tengo 26 años, estoy en mi derecho de aspirar a una profesión idílica en la que el trabajo y el esfuerzo son recompensados, la gente no afronta la jornada con miedo a ser represaliado en el próximo ERE y que te permite vivir con plenitud tu vida personal.

Nada de eso ha pasado en los cinco años que llevo dedicada al periodismo. Ni me ha pasado a mí, ni les ha pasado a ninguno de los compañeros con los que he compartido tajo. 

Por eso, hoy, cuando mis hombros empiezan a tambalearse agotados por el peso de la decepción, me pregunto: "y tanto, ¿para qué?". Para encadenar cinco contratos de trabajo  -y dos meses de paro- en los últimos 20 meses. Para encontrar un nuevo puesto en el que, pese a mi experiencia, sigo siendo la becaria porque he sido la última en llegar. Para añadir un nuevo guión de experiencia profesional en mi currículum, cargado de puestos de trabajo heterogéneos, que nada tienen que ver entre sí y que tan poco han hecho por permitirme aspirar a una especialización. 

En resumidas cuentas, se puede decir que tanto esfuerzo, tantas renuncias y tanto trabajo han servido para poco. Hoy me planteo renunciar para siempre a esta profesión que considero en peligro de extinción. Quiero cambiar de aires. No sé si iré a mejor o me arrepentiré para siempre de esta decisión. Lo que sí que sé es que ser periodista no me ha hecho feliz últimamente. ¿Y de qué va la vida sino de eso, de ser feliz?