miércoles, 30 de diciembre de 2009

One week left

A una semana de mi desembarco en Londres, una de las cosas que más me inquietan es el tiempo. Todo el mundo me dice que hace mucho frío allí y yo, recelosa y desconfiada, me miento a mí misma diciendo que no puede hacer más biruji que en El Escorial.

Esta mañana, por tener un argumento para rebatir a todos los que me auguran un frío polar e insufrible en Inglaterra, he consultado el tiempo en la página web de El Mundo. Los 7,1ºC de máxima y 4,3ºC de mínima que preveía la página para hoy me parecieron de risa. Ni sacar la bufanda me plantearía yo en un día así.

Henchida de razón, por no decir que de orgullo satisfecho, decidí apretar el fatídico botón: "Ampliar previsión". Et violà! Mis esperanzanzas de una estancia térmicamente soportable se desvanecieron cuando vi ante mí las temperaturas, posibilidades de lluvia y dirección del viento de los próximos siete días. Lo más horripilante de todo llegó al comprobar que el concepto de "sensación térmica" había llegado a las previsiones meteorológicas para anunciarme que cuando aterrice en Londres el próximo día 5, sentiré un frío comparable a -8,5ºC, de máxima. La mínima no la pongo, que con que llore yo, ya tenemos bastante.

¿Cuánto gastará esa gente en calefacción? ¿Con qué clase de aislante cubrirán sus casas para que no se conviertan en neveras de hormigón? ¿Qué grosor tendrán las ventanas? Y el mayor interrogante de todos: ¿qué hará una chica como yo en un sitio tan gélido como ése?

No os preocupéis que no me desanimo: tengo los guantes preparados, las bufandas tejidas por mi madre a punto y ya sé pasar la temperatura de grados Celsius a Fahrenheit.

Y es que las escalas de temperaturas es un punto en el que merece la pena detenerse. Supongo que por el mismo criterio que decidieron conducir por la izquierda y calcular las distancias en millas, los países anglosajones comenzaron a medir las temperaturas en grados Fahrenheit, una escala que en lugar de basarse en el cero absoluto de la escala Celsius (en la que se toma como referencia el punto en el que el agua se congela), establece el cero en el punto en el que se estabiliza una mezcla compuesta por agua, hielo y sal. Los 32ºF corresponderían a la congelación del agua sin sal; los 212ºF a la evaporación, y los 96ºF a la temperatura del cuerpo humano.

Fahrenheit buscaba desterrar los grados negativos de los termómetros (supongo que para que la gente no se asustara al pensar que en la calle hay una sensación térmica de -8,5ºC) y consiguió dividir al mundo a la hora de tomar las temperaturas hasta que en la década de los 60 del pasado siglo, los esfuerzos por generalizar el sistema internacional de medidas, hicieron que la escala Fahrenheit cayera en desuso en todos los países anglosajones en los que era habitual, excepto en Estados Unidos.

Por si acaso algún despistado sigue usando la escala Fahrenheit en Reino Unido, me apunto la fórmula para pasar de unos grados a otros. Estoy dispuesta incluso a dividir con decimales con tal de que el frío no me pille desprevenida.

Para pasar de Celsius a Fahrenheit: Mutiplico los ºC por 1,8 y sumo 32.
Para pasar de Fahrenheit a Celsius: Resto 32 y divido entre 1,8.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Londres 2010

Durante 2010, viviré, trabajaré y pasaré hambre en Londres. Esta larga visita a la capital británica me sirve como excusa para escribir este blog cuyo título tomé de una obra de Agatha Christie, la autora de origen inglés que más he leído.

En el The Unexpected Guest de Christie, la niebla y el barro de la cuneta en la que queda atascado el coche de Michael Starkwedder, le llevan a casa de los Warwick para pedir ayuda. ¿Y qué se encuentra allí? Un cadáver, una mujer sosteniendo un arma... vamos, la típica situación familiar cuando no se espera visita.

Londres tampoco espera mi llegada y yo no quiero convertirme en testigo incómodo de ningún crimen. Pero prometo daros noticia de todos los trapos sucios de los hijos de la Gran Bretaña, aunque para eso tenga que meterme a hurtadillas por la ventana del estudio de los Warwick.