miércoles, 17 de agosto de 2011

Colonia

Ayer llegué a Colonia, Alemania. Desde entonces, no he parado ni un momento. El trajín de la feria de videojuegos Gamescom me tiene tan absorbida que solo cuando voy en taxi de un destino informativo a otro me dejo llevar por el encanto de esta ciudad y permito mis ojos se escapen de mi cuaderno de notas a la ventanilla del coche.


Hoy ha sido un día especialmente difícil. De esos en los que trabajas tanto, tanto, tanto, que no te luce nada. El taxi me ha dejado en la puerta del hotel a las 18.55. El hotel está enfrente de la catedral. La catedral cierra a las 19.00 horas, me ha informado el botones. Así que me he apresurado a cruzar la calle y a subir las escaleras de entrada a la plaza de la catedral para que me diera tiempo a verla hoy, porque nunca se sabe a qué hora acabará el día mañana.


Cuando he entrado, me he quedado sin aliento. No tenía esa sensación desde que me bañé en las pozas de Hampstead Heath y el agua estaba tan fría que fui incapaz de respirar durante un minuto. Todo lo que diga sobre esa catedral se quedará corto porque hoy me ha pasado algo que ocurre pocas veces: el invitado inesperado no era yo, sino el lugar que he ido a ver, que se me ha clavado dentro sin avisarme y casi me ahoga de la impresión.


En los cinco minutos que tenía, he correteado por la catedral sin demasiado orden ni concierto y me ha dado tiempo de hacer lo que ya se ha convertido en una costumbre siempre que visito una catedral bonita: encender un par de velas. Lo hago más por superstición que por devoción, puntualicemos. Pero el caso es que lo hago.


Encendidas las velas, me he quedado unos instantes mirándolas fijamente mientras rezaba un Padrenuestro, un acto reflejo de mi educación católica que mantengo también por superstición. En ese intervalo, la mecha de las dos velas se ha consumido hasta la cera y una llama al otro extremo de la mesa se ha apagado. Porque en esta vida, nada dura para siempre, ni lo bueno ni lo malo.

Una hora después de que la catedral me visitara, aún respiro raro.

PD.- Llevo dos días comiendo salchichas. Y me gusta.

domingo, 5 de junio de 2011

L.A.

Desde que creé este blog mi intención ha sido siempre darle continuidad después de mi estancia en Londres. Tras unos meses por Madrid, vuelvo a visitar otro país, Estados Unidos, con la excusa de trabajar un poco y con el objetivo claro y prioritario de actualizar el blog.

Decir que llego a Estados Unidos como testigo inesperado sería metir: para poder embarcarme, los americanos me han hecho rellenar un formulario anunciando mi llegada previo pago de 14 dólares, una tasa aprobada por la administración Obama imagino que para que todos los turistas que viajamos a los USA contribuyamos a la paz mundial y esas cosas que él defiende.

Pagada la tasa, rellenado el formulario y con dólares frescos en la cartera, esta semana he intentado, sin demasiado éxito, ocuparme de todos los preparativos del viaje para que no fallara nada. Sólo deciros que justo cuando me subía al coche de camino al aeropuerto me he dado cuenta de que se me olvidaba el pasaporte. Solucionado el descuido, ahora tengo que asimilar algo peor: me he olvidado del pijama. Mira que anoche hice repaso de todo: pasta de dientes, calcetines (varios pares incluso), cargador del móvil, adaptador para enchufes..., parecía que lo tenía todo y ahora tendré que dormir en bolas. Y miedo me dan las cosas que me daré cuenta que me faltan cuando abra la maleta una vez allí! Pero no adelantemos acontecimientos, vayamos a lo que ya sabemos: cómo es un viaje transatlántico.

Por primera vez atravieso un océano y viajo a otro continente. Ahora os escribo desde el avión de Swiss Airlines que me lleva a Los Ángeles previa escala en Zúrich, donde, para cambiar de terminal, me he montado en una especie de tren-transbordador que tenía mugidos de vaca como hilo musical. Lo juro.

La experiencia hasta el momento está resultando... muy suiza. Me dan de comer platos típicos de allí, el capitán habla a ratos en alemán a ratos en francés y de vez en cuando las azafatas se pasean ofreciéndonos bombones. Si a esto le añadimos que los asientos se reclinan tanto que parecen camas y que en la tele puedo ver capítulos "Friends", como os podéis imaginar, las siete horas que llevo aquí metida no se me han hecho nada largas, al contrario, aunque he de reconocer que solo de pensar que me quedan otras cinco me pone la piel de gallina.

Esto es todo lo que puedo contaros por el momento. En cuanto llegue al hotel y conecte mi ordenador al wifi posteo. Estos días estaré cubriendo la feria de videojuegos E3. Dudo que me quede tiempo (y ganas) para mantener esto actualizado, pero prometo nuevas impresiones como muy tarde en el camino de vuelta a Madrid.