jueves, 10 de junio de 2010

The Heathrow Injection

Cuando Maru me habló por primera vez de The Heathrow Injection, no quise creerla. "¿The Heathrow Injection? No, definitivamente algo que lleva ese nombre no puede ocurrirme a mí", me dije.

Cuatro meses después me veo googleando el término para sorprenderme al comprobar que no sólo no se lo había inventado Maru, sino que estoy sufriendo todos y cada uno de los síntomas de ese, llamémoslo así, "sídrome".

The Heathrow Injection es un término que empezaron a utilizar los jóvenes australianos para explicar el considerable e inevitable aumento de peso que sucede a la migración a Londres. Desde que llegas al aeropuerto de Heathrow empiezas a ser víctima de una enorme y masiva inyección en forma de comida basura, chocolatinas y vida sedentaria que acaba por notarse tanto que, a cuando vuelves a casa, ni tus padres te reconocen. "O al menos eso es lo que le pasó a Maru", trato de consolarme.

Dejas los hábitos saludables que se suelen llevar cuando vives con tus padres sin más preocupación que quedar con los colegas para echar un partido de fútbol de vez en cuando para mudarte a una ciudad en la que vives hacinado en un piso con taitantas personas; basas tu dieta en "fast food" que ingieres de forma compulsiva como comida, merienda y cena; trabajas en una hamburguesería o en cualquier otro tipo de establecimiento de restauración por el que jamás ha pasado una botella de aceite de oliva, y tu ocio se reduce al consumo de pintas en el pub de debajo de casa.

Pese a todo, sigues engañándote pensando que The Heathdrow Injection es algo que solo sufren los autralianos que cambian el surf por el pub hasta que una noche, tumbada en la cama boca arriba, te das cuenta de que hay en tu cuerpo un elemento extraño que te molesta e inquieta: la papada.

Odio decirlo, pero Maru y sus amigos de las antípodas tenía razón. Ahora sé por qué en mi último viaje a España todo el mundo me decía "estás más guapa". No, perdona, estoy más gorda.

A la vuelta de unos meses, igual regreso a Madrid sin saber inglés, pero al menos, mi sobrepeso y dudoso gusto a la hora de vestir darán testimonio de que viví un año en Londres.