viernes, 12 de febrero de 2010

La Máquina de Torturar Españoles

Durante los siglos XV y XVI los españoles tuvimos fama de ser grandes torturadores. Sin embargo, una vez abolida esta práctica en casi todos los países y en todos los Estados de Derecho del mundo occidental, aún quedan resquicios de ese arte que desarrolló con tanto afán la Inquisición Española.

Después de tantos sin Inquisición, los españoles hemos sido superados en este campo y, es más, me aventuraría a decir que alguien se está tomando la revancha. La venganza, en este caso, tiene forma de lo que yo llamo, cariñosamente, "La Máquina de Torturar Españoles".

La máquina de torturar españoles es un invento ideado por los landlords (lo que en España llamaríamos el casero, pero que aquí se llama así porque suena mucho más feudal y amenazatorio) para que los inquilinos no gasten agua, paguen la renta o vete tú a saber por qué.

Se trata de un mecanismo que impide que el agua de la ducha sea calentado, como resultaría lógico y normal, por la caldera que calienta el agua del resto de la casa. Dicho mecanismo es una especie de calentador alternativo que hay que conectar cada vez que vas a ducharte y que tiene dos ruedas para regular, teóricamente, la intensidad del agua y la temperatura deseada.

Bueno, pues es una engañifa. Lo que hace en realidad el chisme en cuestión es torturarte alternando corrientes de agua que van desde los 10 grados centígrados hasta los 45, sin previo aviso y sin transiciones intermedias que permitan pasar el trance con algo de descanso. El resultado es que te hielas o te escaldas unas diez veces sucesivas en los dos minutos que te atreves a ducharte y, cuando abres la mampara y sales finalmente del habitáculo, te sientes tan aliviado que apenas te importa que sigas teniendo restos de jabón por todo el cuerpo.

Vosotros diréis, ¿por qué llamas a este chisme la máquina de torturar españoles si fastidiará a todo el mundo por igual? Pues porque después de ver cómo la gente de este país pasea a los niños sin abrigo cuando no hace más de 5 grados de temperatura y de comprobar cómo las chonis inglesas van con manoletinas y sin medias ni calcetines cuando diluvia (que yo creo que por muy rojos que se pinten los morros tienen que estar heladas de frío), me imagino que esa gente ni siente ni padece ante una ducha como esta.

Desde aquí quiero enviar un mensaje a mi dear Joan, mi landlord, para decirle que no va a acabar con nosotras, que somos fuertes y que, por mucho que nos torture, pagaremos la renta el 5 de cada mes si queremos. Y que no nos vamos a ir del piso aunque nos intente disuadir a diario con "la máquina de asustar españoles", esa sirena industrial en forma de alarma de incendios que suena durante 20 segundos cada vez que cocinas, enciendes el horno o pones la tostadora.

Joan, que lo sepas, NO NOS MOVERÁN!

viernes, 5 de febrero de 2010

Una Mañana en Hyde Park

Me levanté pronto, como siempre. La mañana me deparaba una sorpresa: no llovía. Oportunidades así no se pueden desaprovechar, así que cogí la mochila, la llené con mi cámara, las orejeras y un cuaderno y me fui a ver Hyde Park.

Vivimos a unos 15 ó 20 minutos andando del pulmón verde de Londres y, por raro que parezca, aún no lo había visitado. Mi espíritu perroflautil, aquel que desarrollé cuando con 15 años comencé a frecuentar los parques para jugar con los hakys, bailar las cariocas o, simplemente, tirarme en el césped, me pedía a gritos lo que comienza a convertirse en una obsesión recurrente: huir de Oxford Street.

Así que a las 10 de la mañana de un soleado viernes, preludio de un maravilloso fin de semana, que diría aquel, atravesé por primera vez las verjas del imponente Hyde Park. Un plano del parque me dio la bienvenida y me indicó que el Serpentine, algo así como un lago, separa el Hyde Park propiamente dicho de los jardines de Kensington. De frente, una escultura homenaje a los caídos en la Gran Guerra. A la izquierda, la puerta principal de entrada al parque. Y en mi cabeza, tal batiburrillo de cosas que ver, direcciones que recordar y senderos que seguir, que al final decidí darme un paseo sin buscar nada, dejándome llevar por cualquier vericueto.

Seré provinciana, nacionalista y todo lo que queráis, pero siempre que salgo de Madrid, algo que ha ocurrido tres veces contadas, dos de ellas para ir a Segovia, acabo comparando lo que veo con mi querida capital. En este caso, la comparación obvia es: ¿en qué se diferencian y qué tienen en común Hyde Park y el Parque del Retiro?


Esta vez no me atreveré a decir que el Retiro es más grande, que a lo mejor. Pero tampoco diría que Hyde Park es más bonito. Y decir que “son distintos” no nos lleva a ningún lado. Así que, por aclarar algo y a grandes rasgos, diré que el Retiro son caminos que atraviesan arboledas y algún que otro jardín que tiene que ser cuidado por tropecientos operarios del ayuntamiento para que el césped no languidezca; mientras que en Hyde Park abundan grandes explanadas verdes salpicadas por árboles que se pueden observar desde los paseos amplios y asfaltados hechos para los paseantes, los estrechos caminos de arena para los caballos o desde la propia hierba.

En Hyde Park los policías patrullan en caballos percherones. El ambiente es tan húmedo que los trozos de hierba más verdes que seas capaz de imaginar se mezclan con inoportunos barrizales. Los árboles están plantados en hileras perfectas y, como en todos los parques, he ahí el encanto de estos maravillosos vergeles que salpican las ciudades, una sorpresa te aguarda cada vez que giras la esquina.

Hyde Park no tiene estanque, pero tiene un lago en el que se bañan palomas (muy, muy gordas), patos y hasta gaviotas. Las personas y los perros, no se pueden bañar, pero, a cambio, alguien ha puesto, a disposición del turista, del paseante ocasional y de los enamorados*, barcas que no van a remos, sino a pedales.

Después de hora y media de fotografías y paseos ya tenía una pequeña radiografía de lo que es Hyde Park así que, a media mañana y con la comida aún sin hacer, decidí que era el momento de volver a casa.

A la salida del parque, un señor con dos perrillos me sonrió. Creo que quería que fotografiara a sus mascotas. Me hizo pensar que tener un perro sería una buena forma de obligarme a salir, conocer gente y aprender inglés. Pero ni Sara, ni Sevi, ni por supuesto mi madre, me dejan tener perrito así que me tendré que conformar con los Book’s Clubs y con los Pubs (no os perdáis el próximo post, un paseo por algunos de los pubs históricos del Soho y, más interesante todavía, la crónica de nuestra primera noche de pintas).

Con mi espíritu perroflautil henchido de aire fresco, me fui a dar de comer a mi hambriento espíritu consumista, que una cosa no quita la otra. De camino a casa hice una parada en Primark donde, además de una manta para añadir un tono de rosa extra a mi colcha, me compré el objeto que ambicionaba desde que vi Lost in Translation: un paraguas transparente. Vosotros también lo habríais comprado, nadie puede resistirse a comprar algo que ha salido por la tele y que solo cuesta tres libras.

* Nota: Alguien me debe un paseo en barca por el Retiro y, como se descuide, se lo cobro en Londres.

jueves, 4 de febrero de 2010

Próximo objetivo: aprender inglés

Por primera vez, escribo desde el salón. Aún no tenemos internet. Pero tenemos tele: televisión por cable. Y no consigo despegarme de ella.

El martes vino a instalarla un tipo albano que me pidió tres veces que quedara con él para ir a tomar café, me dijo dos veces que era guapa, comparó mi pelo negro con el de las chicas albanas e intentó convencerme de que mi novio no tendría por qué enterarse de que me había dado su número de teléfono. Yo, en pijama, mal peinada y con la cocina patas arriba porque acababa de terminar de hacer lo que yo llamo “espaguetis a la sorpresa” (porque nunca sé cómo van a estar) y alitas de pollo para dos días, no veía el momento de que se marchara.

Pero al final se fue, me duché todo lo deprisa que pude (en media hora tenía que estar en el trabajo) y, mientras comía, comencé a disfrutar de uno de los grandes placeres de esta vida: ver televisión por cable después de que se hayan pasado una hora intentando ligar contigo.

Hay tantos canales que si fuera haciendo zapping uno a uno, tardaría al menos un par de horas en verlos todos. Hay tantos canales que la mayoría de las veces no sé qué ver y acabo poniendo BBC News. Hay tantos canales que veo Friends a la hora del desayuno, Perdidos (sí!) cuando como y How I met your mother mientras ceno.

Ahora que he encontrado el sustituto perfecto del HMV, presiento que mis horas de ocio en Londres comienzan a tener sentido. Mientras se cuecen las lentejas a metro y medio de mí, puedo escribir este post en el portátil y seguir viendo Friends. Decidme, ¿qué más se puede pedir a una estancia de un año en el extranjero? Pues llamadme ambiciosa, pero aún deseo más: quiero aprender a inglés.

Después de descartar apuntarme a un curso de inglés (de esos a los que llevo toda la vida apuntada y que, por lo que he podido comprobar una vez aquí se quedan cortos) comienzo a barajar otras alternativas.

- Book’s Club: Existen y en Londres hay uno en cada biblioteca. Se trata de un grupo de gente que se reúne cada mes para comentar la lectura de un libro que eligieron en la reunión del mes anterior.

- Lady’s Club: Lo que en Facebook llamaríamos “Señoras que quedan por las mañanas para hablar de sus cosas”. Pues eso, pero organizado por las bibliotecas municipales (benditas bibliotecas!) y con señoras paquistanís, chinas y, con mi presencia, también españolas. Nos intercambiaremos recetas, nos quejaremos de lo poco que ayudan en casa nuestros maridos y, con un poco de suerte, alguna entrañable señora inglesa me invitará a pasar el fin de semana a su casa de la campiña para que pueda probar su magnífico roastbeef.

- Curso de reciclaje: El ayuntamiento da unos cursos (espero que gratuitos) para que los buenos ciudadanos de Londres aprendan a reciclar. Si alguna vez te has preguntado en qué contenedor se echan las bombillas fundidas, este curso promete resolver todas tus dudas sobre reciclaje en una ciudad que, ojo, no tiene contenedores de basura.

- Escuela para adultos: Espero que la variedad de cursos vaya más allá de sacarse el graduado escolar y que sean gratuitos.

- Voluntariado: Me he apuntado a una web que pone en contacto a ONG’s y voluntarios. Sin embargo, por lo que he podido leer en diferentes foros, incluso acceder a un trabajo como voluntario, es decir, sin cobrar un duro, es complicado.

- Quedar con el albano: Prohibido por mi señor esposo.

- Ir de Pubs: Para qué contaros.

Ya se me han hecho las lentejas y se ha acabado el último capítulo de Friends de la mañana. Mientras me despido, en la tele, una pelota pintada con la bandera de España, bota, protagonista, en el anuncio del Euromillón. En cuanto aprenda el inglés suficiente como para entender todo lo que me dice en cajero hindú del Tesco, presiento que me sentiré como en casa en este país.

Nota a mis EfeBecarios por el mundo: Os sigo a todos, no tanto como quisiera, pero en una semana tendré (espero) Internet e intentaré ponerme al día de todos vuestros blogs. Mientras tanto, seguid escribiendo, que me encanta saber de vosotros.