miércoles, 27 de enero de 2010

"Los Soprano" tendrán que esperar

Álex me lo había dicho y pocas horas después de llegar a Londres pude comprobarlo: HMV, la tienda, es el paraíso de los DVD’s baratos. En Oxford Street, casi a la altura de mi calle, hay un HMV. Basta salir de casa y andar unos metros para toparse con el neón rosa que promete DVD’s, incluso de estreno, a tan solo tres libras. Más barato que un kilo de pollo. Cuatro veces menos que una entrada de cine.

Aunque no os lo creáis, todavía hay algo mejor que tener un HMV al lado de casa: tener un HMV al lado de casa y en rebajas. O al menos, eso es lo que yo pensaba.

Cuando entras, te das cuenta de que lo quieres comprar todo: el pack de Rocky a 15 libras, el del Señor de los Anillos a otras tantas, 14 películas de Hitchcock (14!) a 20, tres pósters por 10 libras y, lo mejor de todo: la serie completa de Los Soprano a tan solo 60 libras.

Me encarpiché. Quería comprar Los Soprano, lo necesitaba, me lo pedía el cuerpo, pero no acababa de decidirme. No había visto ningún capítulo y me daba miedo gastar tanto dinero en una serie que todavía no sabía si me iba a gustar. Era una inversión demasiado grande para hacerla nada más llegar a Londres, cuando aún no sabía, ni sé, qué gastos me deparará mi estancia aquí.

Mi tobillo malherido (¿os acordáis de él? Muchas gracias a todos los que os preocupasteis por mí!) acabó tomando la decisión por mí.

La semana pasada descubrí que mis botas negras, las que aguantaban la lluvia y me iban a acompañar en mis peripecias londinenses, me habían traicionado. En la bota del pie izquierdo se había desgastado una esponjilla que protegía el talón de un trozo de material duro puesto ahí por algún fabricante de zapatos desalmado con el único objetivo de joderme el pie.

Mis botas viejas recibieron su merecido.
Observad la tarima flotante que aparece en la foto. Según el contrato que firmamos con la agencia inmobiliaria, no nos la podemos llevar cuando dejemos el piso. Lástima.


Cuando descubrí lo que me habían hecho, me di cuenta de que nunca más podría volver a calzar esas botas y de que tenía que comprarme otras si no quería calarme los pies cada vez que lloviera, es decir, todos los días.

Las rebajas en Londres son un buen momento para hacer este tipo de inversiones y encontrar un calzado bueno a un precio, no necesariamente barato, pero tampoco desorbitado. Me recorrí todas las tiendas (todas, todas, no exagero), calzada con mis no-Converse de a 6 euros y dos pares de calcetines del Primark. Pero las botas que me gustaban eran finústicas y maluchas y las botas consistentes llevaban un tacón que acabaría conmigo al primer asalto.

Como ocurre muchas veces en estos casos, la solución llegó a última hora y en la sección de “nueva temporada”. El último día de rebajas, el domingo, encontré “las botas”. Eran justo lo que estaba buscando, solo que un poco más caro de lo esperado: 60 libras.

Los Soprano tendrán que esperar a las rebajas de junio.

Mis botas nuevas mirando por la ventana.

martes, 19 de enero de 2010

Esto son lentejas

El otro día, en uno de esos apasionantes programas matinales que echan a la hora de comer, debatían sobre si los inmigrantes que viven en el Reino Unido están acabando con las tradiciones británicas.

Yo, como inmigrante en este país, me sentí directamente aludida. En defensa de los inmigrantes que viven en Londres diré que dormimos en sábanas compradas en Primark, pagamos precios desorbitados por usar el transporte público, cenamos los sandwiches reduced del Tesco (los que ponen a mitad de precio a última hora de la tarde porque caducan al día siguiente) y hasta bebemos el agua del grifo.

Así que yo creo que, aunque no comamos roast beef los domingos, estamos contribuyendo positivamente a la cultura inglesa.

Y por si a algún británico sigue sin gustarle nuestra presencia en su país, aprovecho para decirle que esto son lentejas.


Foto de las lentejas que hemos comido hoy para celebrar nuestras dos primeras semanas en esta gran ciudad.

jueves, 14 de enero de 2010

Felicidades


Aún no ha llegado y ya se me ha hecho corto el fin de semana con él. Hoy es el cumpleaños de Sevi, mi Sevi. Y, en vez de quedarse en Madrid con los suyos, ha decidido venirse a Londres a verme. Pese a que Gatwick quizás esté cerrado. Aunque a penas sabe inglés y no podré ir a buscarle al aeropuerto. Sin tener la certeza de que mi pie nos permitirá salir de paseo. Olvidándose del frío. Atreviéndose a comer lo que cocino durante un fin de semana entero.

En fin, que parece que este chico me quiere. Y mucho. Así que disculpad que hoy me ponga pastelosa para desearle a mi Sevi feliz cumpleaños.

Auch!

Estos días no estoy disfrutando demasiado de mi estancia en Londres. Desde el fin de semana tengo dolorido el talón izquierdo, así que he optado por posponer unos días las visitas turísticas que me quedan pendientes (quiero ver museos ya!!) y desde el lunes, me paso las mañanas recluida en casa para ver si, con un poco de suerte, se me baja la hinchazón y mi pie vuelve a ser el de antes.

Como todo en esta vida, quedarse recluida en casa en lugar de salir a descubrir una de las ciudades con más fascinantes del mundo, tiene su parte buena y su parte mala. La parte mala es obvia. Y la buena es que tengo tiempo de sobra para dormir, cocinar, escuchar la radio (me he enganchado a London`s Biggest Conversation), ver el reality de jardinería de la BBC 2 y pelearme con los de la compañía del gas.

De hecho, la mañana de hoy ha sido tan, tan productiva que creo que ya tenemos todos los datos que necesitamos para poner la luz y el gas a nuestro nombre. Alabados sean British Gas y su servicio de atención al consumidor online!

Os dejo una foto de mi “esguince” patrocinado por la Obra Social La Caixa.

Pd.- Tía, gracias por el Ketoprofeno. Si no llega a ser por él, tendría que bajar a la pata coja los cuatro pisos que me separan de la calle para ir a trabajar.

martes, 12 de enero de 2010

In my room

Una de las cosas en las que estoy poniendo más empeño desde que he llegado a Londres, a parte de intentar hacerme entender con los de la compañía del gas, es conseguir que mi habitación parezca un hogar. O lo que es más difícil: que parezca mi hogar.



Cuando llegamos al piso y vi este cuarto por primera vez, supe que ésta tenía que ser mi habitación. Es más pequeña que la otra, no tiene la posibilidad de sacar una cama para los invitados y el corcho que cuelga en la pared es diminuto. Pese a eso, o quizá por todo eso, preferí este cuarto.

Después de comprar un edredón bastante hortera en Primark y de fabricarme una mesilla con el grill del horno, empecé a sentir esta habitación como propia. Estoy a llenando poco a poco el corcho de la pared y espero como agua de mayo la visita de Sevi el próximo viernes para que traiga el celofán que necesito para colgar las láminas de Banksy que compramos el sábado en el mercado de Portobello en Notting Hill.

Uno de los problemas que encuentro en esta ciudad es que no hay, o no he visto, tiendas de chinos tal y como las conocemos en Madrid. Se echan de menos para comprar pequeñas cosas como pilas, celo y pequeños electrodomésticos, a buen precio. Así que he aprovechado mi espíritu reciclador para reutilizar todo lo que pillo, decorarlo y plantarlo en la habitación.

Una caja de donuts me sirve para guardar los cargadores del móvil y los auriculares y una lata de maíz acoge ahora mis pinturas, limas y tijeras. Eso sí, con las cuatro cosas que tenemos en casa, me encargo de que todo quede decorado para que pegue con este edredón mío tan colorido que, más que edredón, parece un muestrario de rosas.

In my room, where time stands still...

lunes, 11 de enero de 2010

The Big Ben

NOTA: Publico con retraso esta entrada que escribí el viernes
Ayer, por primera vez, aprovechamos para hacer algo de turismo y comenzamos a explorar el barrio hacia Picadilly Circus, en lugar de hacia Oxford Street. Para que os situéis: vivimos en el Soho, en Wardour Street. La calle está llena de restaurantes, pubs y coches que no dejan de transitar a cualquier hora del día o de la noche. Y el barrio, según se encargó de explicarnos la que nos abrió la cuenta en el banco, es conocido porque “está lleno de chicas que llevan señores a sus casas”, vamos, de putas.

Estábamos hartas, o al menos yo lo estaba, de las tiendas y rebajas de Oxford Street y caminar por nuestro barrio hacia el sur era la mejor opción para huir del caos de las compras sin renunciar al bullicio de la gente.

Las luces de Picadilly, la parafernalia con que decoran los teatros que acogen los grandes musicales, los precios del supermercado del barrio chino y las librerías de Charing Cross, fueron algunos de los descubrimientos de la tarde que se vieron eclipsados cuando, desde Trafalgar Square, vimos el Big Ben por primera vez.

Ya era de noche y, de repente, sin esperarlo, nos topamos con el brillo anaranjado del reloj que asomaba en la lejanía. El encuentro fue tan fortuito que me llevó a pensar que puede que no sea yo la visitante inesperada de esta ciudad y que quizá sea Londres el que ha entrando en mi vida sin avisar. Ya bebo té dos veces al día.

miércoles, 6 de enero de 2010

Recien llegadas

Ayer mismo llegamos a Londres. Sobrevivimos al traslado de mas de 40 kilos de equipaje (disculpadme que no lo traduzca a pintas, me pillais un poco despistada con las medidas de capacidad inglesas) y llegamos a casa. Parecia imposible, pero lo conseguimos. Despues de una rapida visita a Primark, el piso, comenzo a parecer un hogar.

Pero antes de seguir hablando de mi primer dia en Londres, os voy a presentar a Sara. Ayer estaba muy enfadada porque tres post despues de comenzar este blog, no habia hablado de ella. Como vivire con ella durante los proximos doce meses y me conviene tenerla contenta, aprovechare los 20 minutos de internet que me restan de la hora que he conseguido por una libra con cincuenta para hablar de ella.

Sentada en el sofa, abrigada con una bata rosa de lunares blancos que se habia comprado en Primark, Sara ayer se alegraba de lo bien que se nos habia ido el dia: no nos habia llovido, los de la agencia no nos habian timado y, en menos de 12 horas en el pais, ya teniamos incluso un movil para llamar a nuestros contactos de skype gratis. Yo, en ese momento, le di la razon. Pero pensaba que, lo que en realidad habia hecho de ese primer dia en Londres un dia redondo, habia sido el hecho de tenernos la una a la otra para apoyarnos y empujarnos en los momentos duros que, pese a que todo salio bien, los hubo.

Mi tiempo de Internet se acaba y aun no he mirado tuenti. Creedme, dos dias sin tuenti comienzan a ser demasiado! Sara, no te preocupes, que ya serguire hablando de ti en otros post. Tengo un anyo entero para hacerlo! Pero, por el momento, creo que debes conformarte con esta entrada y comprometerte firmemente a hacerme esta noche un colacao calentito para compensarme.

Muchas gracias a todos los que leeis este blog. Gracias a Ana Victoria y Tomasi, porque con el aceite, la sal y el colacao que nos dejaron en el piso que heredamos gracias a ellos, nuestra casa parece un hogar espanyol como cualquier otro. Y aprovecho para saludar a mis padres y a mi familia que seguro que me estan leyendo.

El final de la entrada parece el tipico agradecimiento de cuando te dan un Oscar, pero es que no hay que olvidar que I grow up in a place called Alcobendas, when this was not a very realistic dream.

PD.- Perdonar la ausencia de tildes y de enyes, pero no me da tiempo a buscarlos, que bastante he tenido con encontrar la arroba en estos caoticos teclados ingleses.
C+S

lunes, 4 de enero de 2010

Mis pantalones de la suerte

A estas horas, mañana, estaré aterrizando en Londres. Intento no pensarlo, pero es inevitable hacerlo cuando tienes la habitación patas arribas, con ropa por todas partes; te has levantado a las 8.30 para acabar el papeleo, insufrible e interminable, de última hora, y presientes que, como tantas veces, te ha vuelto a pillar el toro y esta noche tendrás que hacer horas extra si quieres tener todo listo y a punto para mañana, a las seis de la madrugada.

Afortunadamente, cuento con una pequeña ayuda para sobrevivir a este trance. Hasta ayer no me di cuenta, pero lo he vuelto a hacer: llevo casi una semana poniéndome los mismos vaqueros. Y no pienso quitármelos.

Ya me había ocurrido antes. Cuando hice Selectividad, me pasé la semana de antes de los exámenes sin cambiarme de pantalones, unos pantalones negros y holgados, con grandes bolsillos para guardar la goma y los lapiceros, que eran el compañero ideal de todo estudiante. Los llevé tanto tiempo seguido, que cuando me los quitaba por la noche y los dejaba encima de la silla de mi habitación, temía que se fueran andando solos a la biblioteca, que ya se sabían el camino.


Ahora, después de tantos años, ha regresado a mí esa especie de superstición absurda e irracional. Esta vez, son unos vaqueros estrechos y acogedores los que me hacen sentir que, si los llevo puestos estos últimos días en España, si no me los quito hasta que llegue a Londres, todo irá bien. Y no me perderán la maleta. Ni hará frío cuando llegue. Ni lloraré en las despedidas. Y confío en que cuando me quite los pantalones antes de acostarme la primera noche que pase allí y los deje sobre la silla de mi nueva habitación, hayan pasado tanto tiempo conmigo, en movimiento, que sean capaces de mostrarme el camino de vuelta a casa.