domingo, 5 de diciembre de 2010

Bye, Bye

Retomo el blog para despedirme. Esta es mi última noche en Londres y mañana mi último día. Al menos, durante una temporada.

En el tiempo que he pasado aquí, en estos 11 meses, he sentido por esta ciudad casi todo lo que una persona puede sentir: amor, frustración, deseo, odio, curiosidad..., pero sobre todo, humedad, mucha humedad.

En estos meses he aprendido que "Bye, Bye" suena más afectuoso que un simple "Bye". He convertido el Prince Charles Cinema en mi cine de cabecera. He pasado más frío que un tonto, pero no he llegado a ponerme lo suficientemente mala como para tener que ir al médico una sola vez. He disfrutado de Hyde Park en otoño e invierto, de Regent's Park en primavera, de las pozas de Hampstead Heath en verano. Es más, me he quedado sin respiración de lo fría que estaba el agua de las pozas de Hampstead Heath. He bebido Pims, pero no me he enganchado a la cerveza. He cocinado más que nunca y puedo decir que hasta he disfrutado haciéndolo. He salido en el Sun, y no precisamente en la página tres. He conocido a gente inglesa de toda la vida, a gente que se acuerda de la Segunda Guerra Mundial en Londres. Sé qué significa la amapola que lucen en la solapa los británicos la primera semana de noviembre y he comido un plato tailandés en un pub. He hecho bueno amigos, que seguirán en mi vida aunque me vaya de Londres. Y he conocido lo suficiente este país como para saber que no quiero vivir en él, pero me gustaría pasar mi luna de miel en Escocia.

Cuando llegué aquí, soñaba con comprarme en HMV el pack con todas las temporadas de los Soprano. Me daba miedo gastarme las 60 libras que costaba, porque no sabía cómo me iban a ir las cosas por aquí. Ahora, 11 meses después, me he gastado más de 60 libras en esa tienda, pero sigo sin tener los Soprano. Con esto quiero decir que a veces las cosas no ocurren como las soñamos, pero acaban ocurriendo y eso es lo importante. Mi año en Londres no ha sido como lo esperaba, pero qué cojones, si por algo se caracteriza esta ciudad es, precisamente, porque hay una sorpresa escondida a la vuelta de cada esquina.

Quizá en otro momento, mi relación con esta ciudad habría sido distinta, puede que más horrible o puede que la releche, pero seguro que diferente a como ha sido en esta ocasión.

Las cosas han pasado así y ya no hay marcha atrás. El avión despega mañana y yo no dejo de pensar en Humpfrey Bogart en Casablanca tratando de convencer a Ilsa para que se suba en él. "If that plane leaves the ground and you're not with him, you'll regret it. Maybe not today. Maybe not tomorrow, but soon and for the rest of your life". No es que necesite palabras de ánimo para marcharme, al contrario, pero sé que voy a echar mucho de menos esta ciudad. Quizá no hoy mismo, quizá no mañana, pero pronto y para el resto de mi vida.

Quién sabe, quizá algún día vuelva a ver Casablanca en el Prince Charles.

Mientras tanto, os dejo con una lista de algunas de las cosas que hice en Londres por primera vez:

Lentejas
Bricolaje
Comer en un restaurante argentino
Probar la tortilla de espinacas
Dislocarme el tobillo
Ver un partido de rugby
Leer a Asimov
Ir a la ópera
Configurar un router
Vivir en una ciudad con gaviotas

Y recordad que The Unexpected Guest continuará sus aventuras en Madrid. No os lo perdáis!

jueves, 10 de junio de 2010

The Heathrow Injection

Cuando Maru me habló por primera vez de The Heathrow Injection, no quise creerla. "¿The Heathrow Injection? No, definitivamente algo que lleva ese nombre no puede ocurrirme a mí", me dije.

Cuatro meses después me veo googleando el término para sorprenderme al comprobar que no sólo no se lo había inventado Maru, sino que estoy sufriendo todos y cada uno de los síntomas de ese, llamémoslo así, "sídrome".

The Heathrow Injection es un término que empezaron a utilizar los jóvenes australianos para explicar el considerable e inevitable aumento de peso que sucede a la migración a Londres. Desde que llegas al aeropuerto de Heathrow empiezas a ser víctima de una enorme y masiva inyección en forma de comida basura, chocolatinas y vida sedentaria que acaba por notarse tanto que, a cuando vuelves a casa, ni tus padres te reconocen. "O al menos eso es lo que le pasó a Maru", trato de consolarme.

Dejas los hábitos saludables que se suelen llevar cuando vives con tus padres sin más preocupación que quedar con los colegas para echar un partido de fútbol de vez en cuando para mudarte a una ciudad en la que vives hacinado en un piso con taitantas personas; basas tu dieta en "fast food" que ingieres de forma compulsiva como comida, merienda y cena; trabajas en una hamburguesería o en cualquier otro tipo de establecimiento de restauración por el que jamás ha pasado una botella de aceite de oliva, y tu ocio se reduce al consumo de pintas en el pub de debajo de casa.

Pese a todo, sigues engañándote pensando que The Heathdrow Injection es algo que solo sufren los autralianos que cambian el surf por el pub hasta que una noche, tumbada en la cama boca arriba, te das cuenta de que hay en tu cuerpo un elemento extraño que te molesta e inquieta: la papada.

Odio decirlo, pero Maru y sus amigos de las antípodas tenía razón. Ahora sé por qué en mi último viaje a España todo el mundo me decía "estás más guapa". No, perdona, estoy más gorda.

A la vuelta de unos meses, igual regreso a Madrid sin saber inglés, pero al menos, mi sobrepeso y dudoso gusto a la hora de vestir darán testimonio de que viví un año en Londres.

lunes, 24 de mayo de 2010

No me esperen despierta

Después de tres meses, de que el volcán me estropeara el regreso a casa, vuelvo a Madrid, mi Madrí, con ganas de cocretas, terrazas, amigos y familia, sobre todo familia.

El aeropuerto de Stansted me espera (si el volcán no se vuelve a entrometer en mis asuntos) y quizá, cuando aterrice en Barajas, echaré de menos un duty free con el HMV como protagonista. Cuando mi madre me haga gazpacho (y ensaladilla, y cocido, y cocretas, y filetes!), puede que me acuerde del puré de patata con salchichas. Aún no lo sé, pero quizá, cuando pasee por Madrid o por Alcobendas, añore a las multitudes de Oxford Street y me apetezca entrar en un Primark al que no podré llegar a pie. Me meteré a la cama y se me hará raro que no me despierten los borrachos de la calle y la luz del sol por la mañana. Me sorprenderé cuando el agua de la ducha salga con la suficiente presión como para aclararme el pelo de una pasada y, encima, a una temperatura agradable, pero echaré de menos la "aventura de ducharse" cuando es "la máquina de torturar españoles" la que escribe el final de la historia.

Puede que, después de todo, pese a todas las ganas que tengo de llegar allí, a Madrid, mi Madrí, eche de menos Londres. Pero qué narices! De Madrid al cielo! y los que se quedan en la capital británica, que no me esperen despierta, que pienso volver tarde.



Porque en Madrí, también se puede ser muy cool.


jueves, 29 de abril de 2010

London Pride

Todo empezó hace tres meses. Acababa de llegar a este país. No tenía amigos ni sabía inglés. Bueno, miento: sabía el suficiente inglés para entender la carta que me envió el ayuntamiento (el Westminster Council) reclamándome el pago del council tax, un impuesto similar a la contribución, pero que pagan los habitantes de la casa en lugar del propietario.

Pagué el council tax. Aquellos días nevaba y las bolsas de basura se amontonaban en las calles. Descubrí que en el centro de Londres no había cubos de basura ni aceras sin charcos. ¿En qué se gasta el ayuntamiento el dinero de mis impuestos? Me pregunté. Pero no tenía internet. Así que mis dudas tardaron en resolverse lo que el Westminster Council tardó en contestarme para agradecerme el pago de mis impuestos.

Resulta que con las 99 libras mensuales que pagamos por vivir aquí, en éste, nuestro hogar, el Westminster Council cuida de los ancianos, da café a los indigentes, enseña a los vecinos a reciclar y a los extranjeros a hablar inglés.

Así que al día siguiente me fui a la biblioteca de mi barrio, especializada en literatura china. Me hice el carné y saqué un libro de Asimov. Y, por la tarde, ya en el trabajo y confiada sabiendo que era verdad, que el ayuntamiento iba a reembolsarme las 100 libras mensuales de una manera u otra, me puse a buscar algún curso interesante para adultos.

"Curso de discusión histórica y cultural". Sounds good! (Moola!), me dije. Y me apunté. Tres meses más tarde, el pasado 27 de abril, fue mi primer día de cole en Londres.

Mi sentido de la orientación volvió a jugarme una mala pasada. Di vueltas durante 15 minutos alrededor de unos bloques de pisos buscando el centro de educativo en el que se impartía mi curso. Lo más parecido a un centro educativo que encontré en la urbanización fue una guardería. Así que entré para preguntar. Después de confundirme con una mamá despistada, la recepcionista me envió al edificio de enfrente: un ambulatorio que se encontraba en la planta baja de un bloque de pisos. Había estado tres meses esperando a empezar aquel curso y no lo podía dejar pasar, así que entré decidida al ambulatorio, aunque solo fuera para que me indicaran dónde estaba el edificio que buscaba.

Una mujer mayor, muy mayor, me aguardaba con una taza en la mano al fondo del pasillo. "Ahora me he metido en una residencia de ancianos", me dije apesadumbrada, "Bueno, por lo menos he llegado a la hora del desayuno", me consolé.

La mujer, que era mayor, muy mayor, en seguida se interesó por mi situación. Le conté que iba a un curso, le mostré mi plano sacado de Google Maps y tras un minuto de silencio y reflexión por ambas partes, me dijo "es que has llegado demasiado pronto". Eran las 10.20 y el curso empezaba a y media, tampoco me parecía para tanto. Pero cuando llegó el resto del alumnado, con un promedio de edad que con mi presencia se bajaba a los 75 años, entendí a qué se refería. "Es que eres muy joven".

Por lo visto el curso lleva en marcha 16 años. "Antes venía mucha gente, pero ya sabes, entre las que se han muerto y las que tienen dentista, nunca somos más de diez", me explicó Betty, que así se llamaba la mujer que me encontré taza en mano al entrar al edificio.

El curso no tiene una estructura preestablecida. Se reunen cada semana y charlan durante hora y media de la actualidad política, el tiempo y sus batallitas de infancia y juventud. Y he de reconocer que es entretenido. Además, el inglés de estas "ladies" tiene un acento británico de libro, excepto el de la escocesa y el de Kitty, que nació en Irán, lo cual es ideal dados mis objetivos.

"Vas a aprender mucho inglés", me repetía de vez en cuando Alice, una octogenaria con problemas de audición a la que tuve que aclararle que el tango es de Argentina, no de España.

A cambio, ellas me contaron de dónde viene la expresión "London Pride", me mostraron sus preocupaciones sobre la situación política del país, a las puertas de unas elecciones que no se sabe cómo acabarán, y resolvieron el problema del ruido de los aeropuertos: cambiar las ruedas de los aviones por esquíes para que aterricen en la costa, donde no molestan a nadie.


El martes que viene, más. Mientras tanto, os dejo con la canción London Pride, del músico cómico Noel Coward.


viernes, 16 de abril de 2010

Eyjafjalla

A esta hora, un avión con destino al cocido madrileño de mi madre debería estar despegando del aeropuerto londinense de Stansted. Yo estaría dentro, dormitando para que se me hiciera más corto el viaje. Y el mundo sería un lugar mejor, aunque, desde luego, mucho más aburrido.

En lugar de eso, la erupción de un volcán islandés ha paralizado el tráfico aéreo en media Europa. La nube de cenizas que se genera cuando la lava entra en contacto con agua nada más salir de su agujero, amenaza con estropear los motores de los aviones. Así que La Isla se ha quedado incomunicada.

"¡Cuánta gente había hoy en los restaurantes! ¡Y en el supermercado!", ha comentado mi jefe después de bajar a comer. Normal, si es que estamos todos en Londres sin poder salir. Que hay bisnesmen (hombres de negocios) desesperados ofreciendo miles de libras a taxistas para que les saquen de la Gran Bretaña sin pasar por la casilla de salida.

La gente es muy exagerada. ¿Que no podemos salir de aquí? Tampoco es para tanto, por lo menos estamos incomunicados en una ciudad cool que te cagas. ¿Que me he quedado, un fin de semana más, sin comer las cocretas de mi madre? No nos agobiemos: los congeladores se idearon para situaciones extremas como ésta. ¿Que en el Tesco se han acabado las salchichas? Bueno, esto tiene difícil arreglo, ¡pero algún inconveniente tenía que tener la erupción del dichoso volcán!

Pero lo más frustrante de esta situación no es que este fin de semana no vaya a poder abrazar a mi padre, ni besar a mi novio, ni ver a mis amigos. Tampoco la incertidumbre de saber qué camino escogerá la nube de ceniza:

a) Mantenerse en la atmósfera a 10 kilómetros de altura. Desavastecimiento. La ciudad cool que te cagas se sume en el caos más absoluto cuando los escaparates de las tiendas dejan de ser renovados, al menos, una vez a la semana.

b) Que baje. Londres se llena de cenizas. Morimos asfixiados.

c) Que suba creando una capa opaca imperceptible para el ojo humano, impenetrable para los rayos de sol. Morimos congelados.

Como decía, ésto son sólo nimiedades. Lo verdaderamente frustrante de esta situación es que el puñetero volcán tiene un nombre tan difícil que no puedes acordarte de su puñetera madre para desahogarte y quedarte a gusto.

jueves, 15 de abril de 2010

Berwick Street

Mi rincón favorito de Londres se encuentra en mi propio barrio. No tengo que salir del Soho para sentirme como en casa.


Cuando huyes de la invasión de turistas de Oxford Street. Cuando necesitas comprar algo que no sea un souvenir. Cuando no te apetece comer sushi, ni ver un musical, ni pasear por una calle bien barrida, es cuando llegas a Berwick Street. Un lugar en el que la gente se conoce por su nombre, las tiendas están regentadas por viejitas adorables y los puestos de verduras se mezclan con sexshops.


En esa calle, las prostitutas compran telas llamativas para hacer sus trajes, los modernos intercambian ropa y discos, las abuelas charlan un rato con el tendero y los becarios encuentran cajas de cartón para hacerse mesas.

Mi rincón favorito de Londres empieza en un edificio con un vergel plantado en la fachada y un carro que vende pan francés y termina cuando se estrecha, cambia de nombre y se convierte en el supermercado londinense de la "pastilla azul".



En Berwick Street, las truchas se venden en la calle, las reproducciones de Banksy se amontonan junto a cubos de fregona y siempre hay flores, muchas flores.

Por eso me gusta tanto. A ti también te gustaría si vivieras en Londres.



jueves, 8 de abril de 2010

Lentejas en un tupper

Cuando tengo comida guardada de otro día, me propongo levantarme pronto para aprovechar la mañana y salir a la calle, a disfrutar de Londres, me digo.

Pero cuando suena el despertador a las 8.30, me hago la remolona, me doy media vuelta y sigo durmiendo. Me levanto casi a las 10. Es demasiado tarde para hacer nada provechoso fuera de casa y demasiado pronto si se tiene en cuenta que ya tengo hasta la comida hecha. Así que aprovecho para desayunar con calma. Leo un rato. Me meto a internet. Hablo con Diego y con Gabi, llamo a mi madre y escribo a Sevi.

A las 11.30 siento que empieza a ser la hora de hacer algo. Así que pongo una lavadora y me vuelvo a conectar. Me corto las uñas. Cortas. Cuando friegas los cacharros a mano a diario te das cuenta que mantener una manicura cuidada resulta insostenible.

Igual barro, me digo. Pero me hago la remolona, me doy media vuelta y me quedo mirando el sol que entra por la ventana. Los días que hace sol en Londres soy tremendamente feliz. El sol, el calor, me infunde una alegría estúpida e irracional que no se me pasa hasta que empieza a anochecer, algo que, con el cambio de hora, no ocurre hasta las 7 de la tarde.

Cuando tengo comida guardada de otro día, acabo haciendo vida de maruja. Y es ahí donde radica el placer de vivir en esta ciudad. No tengo que correr a donde van todos los turistas, ni tengo la obligación de ir siempre cámara en mano para no perderme nada porque ya tendré más días y puedo permitirme el lujo de perder una mañana simplemente en casa o haciendo vida de barrio. Y es en estos días cuando soy plenamente consciente de que no estoy de paso, de que en un lugar donde te esperan para comer las lentejas que guardaste el lunes en un tupper es donde esta tu casa.

martes, 6 de abril de 2010

Receta para una despensa libre de calor y luz solar

Ingredientes:
1 barra de una estantería facilitada por Ricardo.............. £ 0

3 colgadores a clavos.......................................... £ 0,99

1 Nórdico del Primark............................................ £ 6
Martillo, altillo y un 4 días sin trabajar para sacar fuerzas para cualquier cosa.
Total................................................................................................ £ 6,99

Resultado:
Una despensa a hurtadillas en la que no entra una gota de calor que estropee la comida.


Que con la tela sobrante te salga una falda camilla para la mesa del teléfono que fabricaste con cajas de cartón recogidas de la calle y que encima te pegue con los muebles de la cocina: NO TIENE PRECIO.

lunes, 29 de marzo de 2010

El porqué de mi adicción a internet

Con el estómago lleno de torrijas. Escuchando a la gente decirse "Hasta mañana" (en español) a través de la ventana. Con la perspectiva de que mañana llega mi bicho de visita... Así da gusto escribir en el blog. Y escribo, que lo sepáis, porque me obliga mi madre. Porque me ha recordado que desde que tengo internet lo único que he puesto es "Ya tengo internet". Así que ella, que se merece cierta compensación por estar separada de su hija, ha reivindicado, muy justamente, creo yo, su derecho a seguir leyendo mis aventuras londinenses.

Lo cierto es que si no he escrito hasta ahora ha sido sencillamente porque desde que tengo internet no me pasa nada. No salgo, no tengo tiempo. Me quedo por las noches conectada hasta las tantas y por la mañana me levanto, como y me voy. Lo más interesante que he hecho en la última semana son las torrijas, y de eso ya os he hablado. Bueno, y visitar el Victoria & Albert, pero no he abierto el blog para hablar de museos y vosotros no os metéis aquí para aburriros.

Tengo que improvisar un tema con gancho antes de que os deis por rendidos y cerréis la página porque no habéis conseguido leer nada interesante en todas estas líneas...

Y el tema elegido es... vosotros!! [Uff, por los pelos!]. Después de tanto divagar, los que habéis persistido leyendo, os merecéis que os haga un rato la pelota. Así que, allá vamos.

Hace un momento me ha llamado Arantxa (mi amiga Arantxa, para los que no la conozcáis). Ha sido mágico (sí qué pasa, en Londres también ocurren cosas mágicas) porque volvía del trabajo hablando con ella por teléfono, he abierto la puerta del portal y me he encontrado en el buzón una postal que ella me había enviado la semana pasada. Nos hemos reído un montón, porque ella quería dosificar las raciones de amiga para suministrarme dos momentos especiales en días distintos, pero se le ha complicado el asunto y al final ha sido uno solo. Aunque yo lo he disfrutado el doble o el triple, os lo puedo asegurar.

Todo esto viene a que en mi conversación de esta tarde-noche con Arantxa he ido haciendo el típico repaso de cómo me van las cosas: en el trabajo bien, como caliente todos los días, no llueve tanto como parece, la ciudad es una pasada, ya tengo un grupo de gente con la que me siento a gusto aquí..., pero le decía que había algo que fallaba, que me faltaba algo. Y me faltáis vosotros. La gente que me lee y la que no. Gente a la que sólo veía un par de veces al año (como mis chicas del pueblo) y que ahora echo de menos a diario. Me falta la gente de la facultad, mis amigos de Alcobendas, mi vecina, mis Efebecarios, me falta mi familia (tooooda mi familia, os quiero), mi Sevi... En fin, me faltáis todos vosotros. Y por raro que parezca, hasta que no he tenido internet y he podido tirarme hasta las 2 de la madrugada hablando con Gabi, dedicar una mañana entera a escribir un email a Marta, ponerme al día con los blogs de mis EfeBecarios (que sepáis que no sólo os leo yo, que mi madre y mi tía no se pierde una!), colgar algunas de las fotos que he ido haciendo para que las veáis y leer vuestros comentarios, pasar una hora chateando con Ana por tuenti, agregar a mi hermano en LinkedIn, ver a mi sobrina por el Skype... vamos, que hasta que no me he tirado una semana entera sin despegarme del ordenador no me he dado cuenta de lo mucho que os echaba de menos.

Así que, ahora que tengo ADSL, creo que estoy perfectamente capacitada para vivir un año entero en Londres. Siempre que me sigáis haciendo llegar embutidos, claro está. Bendito internet!

Ya es Semana Santa en Londres

lunes, 22 de marzo de 2010

Dos meses y 17 días después...

Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet! Ya tengo internet!

martes, 16 de marzo de 2010

Sol

Hace tanto sol que empieza a urgir tomar ciertas decisiones.

El calor nos está haciendo ver que quizá no fue tan buena idea improvisar una despensa en la balda que hay encima de la lavadora. Las ventanas de cartón-piedra de la casa tienen un cristal fino-plasticoso de lo más propicio para ejemplificar, en cuanto aparece un rayo de sol, la esencia del concepto "efecto invernadero". La comida se recalienta, los plátanos del Tesco maduran en una mañana (y eso que cuando los compramos no parecen más que un trozo de corcho verdoso) y, el día menos pensado, los huevos se freirán solos.

Cambiar las cosas de sitio no es una opción, porque no hay sitio. Meter los alimentos más delicados en la nevera es una posibilidad que tampoco barajamos, porque no hay sitio. Así que la único que se nos ha ocurrido para acabar con el problema es tratar de conseguir que el calor no llegue hasta la comida.

"Necesitamos una cortina para salvar el chiringuito", pensé. Y me fui al Primark.

Las había de todos los colores. Efecto seda y efecto terciopelo. Me parecieron horteras. Y caras. Entre 15 y 20 libras. No way.

Por primera vez desde mi llegada a Londres, salí del Primark sin haber comprado nada. Pero había resuelto el problema de la despensa.

Dando vueltas por Pimark recordé las fundas de nórdico que había en nuestras camas cuando llegamos y que ahora están muertas del asco en un cajón de casa. Así que he decidido que con las fundas viejas me monton unas cortinas y, con lo que me ahorro, me compro un bikini de lunares en mi próxima visita a Primark.

No hay mal que por bien no venga.

lunes, 15 de marzo de 2010

Vivo en Londres

Sábado, 13 de Marzo de 2010
Tenía que bajar a por el periódico. No me apetecía salir. He bajado en pijama.

Un hindú me ha pedido una libra cincuenta a cambio de El País. He hurgado en la chatarra que llevaba en el bolsillo para pagarle con el importe exacto. Ya conozco las monedas de este país.

He vuelto a casa para leer a los amigos de un Delibes muerto. Se me ha hecho la hora de la comida y, mientras el rebozado del pescado se quedaba frío al mezclarse con el ketchup, he ido tomando conciencia de que vivo en Londres.

Vivo en Londres. Aquí hace tanto frío que como tapada con una manta. Aleccionada por Sara, echo pimienta y otros ingredientes secretos que, por supuesto, no desvelaré, al insulso puré de patatas de sobre que uso de forma recurrente como acompañamiento a cualquier cosa que compro de oferta en el Tesco. Y cualquier cosa incluye hasta pescado. Porque vivo en Londres.

El puré humea, el pescado me da pereza y, en la tele, Irlanda y Gales se juegan su futuro en la Seis Naciones. Este torneo es uno de los grandes acontecimientos deportivos del año. Vivo en Londres, una ciudad donde incluso alguien como yo, que hasta hace dos días no había visto jamás un partido de rugby, disfruta con la expectativa de que su equipo, Irlanda en mi caso, consiga el pase para la final.

Vivo en Londres y también aquí, Miguel Delibes, Don Miguel, está muerto en el periódico. Sobre el sofá, junto a mi manta. Esta pérdida me ayuda a comprender, por primera vez en dos meses, no sólo que vivo en Londres, sino también que, mientras esa circunstancia constituye el centro de mi existencia, en España y en mi vida están cambiando muchas cosas. Demasiados cambios, quizá, para alguien como yo, una maniática virgo de manual que se siente incómoda durante todo el día si se ha visto obligada, por cualquier circunstancia, a desayunar un número impar de galletas. Imagináos como me siento ahora que he descubierto que, cuando vuelva, ya nada será como lo había dejado.

Así que vivo en Londres. Pero echo tanto de menos Castilla.

Quien pudiera estar con vos, allí, en Madrí...

martes, 2 de marzo de 2010

La ciudad de las pequeñas cosas

Eran las seis menos algo. Llegaba tarde a la convocatoria de Nike. Iba a tener la oportunidad de entrevistar a Cristiano Ronaldo, me dijeron. El autobús me había dejado cerca de la estación de metro de Vauxhall, al otro lado del río. Cruzar el río siempre me da un poco de miedo. Me da la sensación de que estoy muy lejos de casa. Pero esa tarde no lo pensé.

Acababa de entrevistar a Avril Lavigne, Tim Burton, Johnny Depp, Anne Hathaway, Helena Bonham Carter y Mia Wasikowska o, como me gusta llamarla a mí. Mía Wachoski. No habían sido más que tres minutos con cada uno, de hecho, con Depp y Burton fueron tres minutos con los dos. Pero estaba rebosante de alegría. Todo había salido bien, mi limitado inglés había cumplido su misión sin sobresaltos y la prueba más dura de una semana repleta de saraos había terminado.

Así que no pensé que estaba en al otro lado del río; ni me preocupaba llegar tarde al evento de Nike. No me incomodaba la lluvia, que caía a mantas sobre mí, mojándome los pies y obligándome a lidiar con el paraguas que amenazaba con darse la vuelta sobresaltado por el viento. Tampoco me pesaba la bolsa con once cintas betacam (un formato de vídeo profesional, con cintas un poco más pequeñas que las del VHS de toda la vida) de las entrevistas que acababa de hacer. Ni me preocupaba que se calara la bolsa. Estaba contenta, satisfecha con mi trabajo y con la barriga llena de los tés, cafés y pastas que me había tomado en el Dorchester (un hotelazo en el que vi pidiendo mesa a Courney Love, para que os hagáis una idea del nivel del sitio) a cuenta de la Disney. Me limitaba a andar en la dirección que creía la correcta hacia la Battersea Power Station, o lo que es lo mismo, el sitio donde los de Nike habían montado la presentación de sus superzapas nuevas.

El asunto comenzó a preocuparme cuando me di cuenta de que llevaba media hora caminando, sin estar segura de que lo hacía en la dirección correcta (en mi plano de googlemaps no aparecían los nombres de las calles de la zona y, es más, los nombres ni siquiera aparecían en las propias calles), comencé a moquear de forma preocupante, vi que las cintas se habían empapado, noté que me dolía la espalda de llevar la bolsa colgada al hombro y, lo peor de todo: fui consciente de que me encontraba en medio de una zona industrial en la que no se veía un alma.

En mi ayuda acudió un rubio rapado con toda la pinta de ser un hooligan de libro. Llevaba una cazadora estilo bomber, botas, un perro de esos "peligrosos" que tiraba de la correa como si fuera speedico perdido y una lata de medio litro de cerveza. Pero era mi única esperanza así que le paré para preguntarle.

- Excuseme, sir. Could you tell me the way to Nine Elms? [Disculpe caballero, ¿me podría indicar el camino hacia Nine Elms?].

No me entendió. Le enseñé el plano de google como pude, haciendo malabares con el paraguas para no mojarle e intentando que no se me cayera la bolsa con las cintas. El hooligan empezó a hablar. Hablaba raro. Debía ser escocés, como el cajero hindú del Tesco. ¿Por qué hablarán tan raro los escoceses?
Le debí dar pena. Tanta que me preguntó.

- Where are you from? [¿De dónde eres?].
- I'm Spanish, from Spain. [Soy española, de España, le respondí atorada].

Y aquí llegó el momento más surrealista de mi vida. El hooligan me contestó, tal cual lo vais a leer.

- Mire usté, señorita. Usté tiene que ir hacia la derecha [señalando a la izquierda].
- Do you mean to the left? [Quieres decir, hacia la izquierda].

Y así sucesivamente. La conversación terminó de la siguiente manera.

- Cuando pase la casa de correos, pregunte en un pub.

Pasé correos, pero no encontré ningún pub. Sin embargo, el hooligan me había salvado la tarde y conseguí llegar a la historia chunga de Nike con tan solo dos horas de retraso.

Hablo de "la historia chunga de Nike" porque me habían prometido una entrevista con Cristiano Ronaldo, unas zapatillas molonas, con tacos inteligentes para jugar al fútbol sobre cualquier terreno, una camiseta de la selección y, lo mejor de todo, una cena. Pero a cambio me encontré una rueda de prensa (precedida por media hora de anuncios en una pantalla enorme y con bakalao de fondo) con 300 personas (200 de ellas coreanas, lo sé porque llevaban la sudadera de su selección) que hacían preguntas del tipo "¿Por qué corres tan rápido?" para que Ronaldo contestara "Porque llevo unas zapas Nike", montados de jamón serrano con aceitunas (¿?) y ni rastro de mi kit de productos Nike.

La historia chunga de Nike empezó con tanto retraso que no sólo no había llegado tarde, sino que tuve que esperar hora y media a que empezara el invento. El sarao terminó a más de las 9. Estaba mojada, en mitad de un polígono industrial con calles sin nombres ni farolas, cansada de llevar la bolsa con las cintas, decepcionada con la inteligencia emocional de los organizadores del sarao de Nike (quería con todas mis fuerzas la camiseta de mi selección) y, lo peor de todo: estaba al otro lado del río.

Había oído a unos mexicanos que la gente de prensa internacional que había traído Nike para que asistieran al evento estaban alojados en un hotel en Marble Arch (cerca de mi casa, es decir, de la civilización) y que les traían y les llevaban en autobús. Así que en cuanto Cristiano Ronaldo abandonó el santo escenario de Nike, huí en busca de mi kit de productos (insisto, quería con todas mis fuerzas la camiseta de mi selección), me enfadé cuando no me lo dieron (lo que me hizo prometerme a mí misma que no pronunciaría ni una sola vez la palabra "Nike" en mi información sobre Cristiano Ronaldo. Promesa que, por supuesto, cumplí) y me fui en busca de un autobús, murmurando insultos que muy pocos, quizá sólo los mexicanos y el hooligan, podían entender en aquel remoto lugar. El autobús estaba casi en la puerta (porque en la puerta estaba el coche de Cristiano Ronaldo) y corrí hacia él.

El conductor, me preguntó todo extrañado que dónde iba. Dije algo así que a Marble Arch. Mi limitado inglés no funcionaba ya a esa altura de la jornada. O eso, o el conductor era escocés, lo que siempre implica inconvenientes problemas de comunicación. Así que me preguntó:

- Do you go to the hotel? [¿Vas al hotel?].
- Yes, yes, to the hotel, to the hotel. [Que sí hombre, que sí, que voy al hotel, traté de decirle].

Y me subí. Me debí quedar traspuesta unos cinco minutos. Cuando desperté estábamos en marcha. En autobús íbamos el conductor, yo y una treintena de coreanos. Ahora entendía la extrañeza del conductor, de procedencia escocesa.

El caso es que conseguí llegar a casa sana y salva y, lo mejor de todo: días antes de lo que habría llegado si hubiera tratado de volver por mi cuenta.

Cuando caminaba de la parada de autobús a casa, me acordé de Gonzalo, el periodista de Antena 3 al que conocí mientras esperabábamos durante casi seis horas a nuestros turnos para las diferentes entrevistas con los actores de "Alicia en el país de las maravillas". "Lo mejor de estas cosas no son los famosos, es la gente que conoces, gente como tú. Me ha encantado compartir tu primer junket [nombre con el que llaman a este tipo de entrevistas en serie] contigo", me había dicho unas horas antes. En ese momento, mojada, con hambre (¿dónde estaba mi cena, organizadores de la historia chunga de Nike?) y cargada con once cintas beta, me di cuenta de que Gonzalo tenía razón y de que cuando me vaya de aquí, cuando acabe mi aventura en Londres, no me acordaré de Johnny Depp, ni de Cristiano Ronaldo, sino del hooligan que me salvó la vida, del cajero hindú del Tesco, del Big Ben apareciendo a la vuelta de la esquina, del cuervo de Soho Square y, en definitiva, de todas esas pequeñas cosas que están haciendo que está ciudad se convierta, poco a poco, en una gran parte de mi vida.

viernes, 12 de febrero de 2010

La Máquina de Torturar Españoles

Durante los siglos XV y XVI los españoles tuvimos fama de ser grandes torturadores. Sin embargo, una vez abolida esta práctica en casi todos los países y en todos los Estados de Derecho del mundo occidental, aún quedan resquicios de ese arte que desarrolló con tanto afán la Inquisición Española.

Después de tantos sin Inquisición, los españoles hemos sido superados en este campo y, es más, me aventuraría a decir que alguien se está tomando la revancha. La venganza, en este caso, tiene forma de lo que yo llamo, cariñosamente, "La Máquina de Torturar Españoles".

La máquina de torturar españoles es un invento ideado por los landlords (lo que en España llamaríamos el casero, pero que aquí se llama así porque suena mucho más feudal y amenazatorio) para que los inquilinos no gasten agua, paguen la renta o vete tú a saber por qué.

Se trata de un mecanismo que impide que el agua de la ducha sea calentado, como resultaría lógico y normal, por la caldera que calienta el agua del resto de la casa. Dicho mecanismo es una especie de calentador alternativo que hay que conectar cada vez que vas a ducharte y que tiene dos ruedas para regular, teóricamente, la intensidad del agua y la temperatura deseada.

Bueno, pues es una engañifa. Lo que hace en realidad el chisme en cuestión es torturarte alternando corrientes de agua que van desde los 10 grados centígrados hasta los 45, sin previo aviso y sin transiciones intermedias que permitan pasar el trance con algo de descanso. El resultado es que te hielas o te escaldas unas diez veces sucesivas en los dos minutos que te atreves a ducharte y, cuando abres la mampara y sales finalmente del habitáculo, te sientes tan aliviado que apenas te importa que sigas teniendo restos de jabón por todo el cuerpo.

Vosotros diréis, ¿por qué llamas a este chisme la máquina de torturar españoles si fastidiará a todo el mundo por igual? Pues porque después de ver cómo la gente de este país pasea a los niños sin abrigo cuando no hace más de 5 grados de temperatura y de comprobar cómo las chonis inglesas van con manoletinas y sin medias ni calcetines cuando diluvia (que yo creo que por muy rojos que se pinten los morros tienen que estar heladas de frío), me imagino que esa gente ni siente ni padece ante una ducha como esta.

Desde aquí quiero enviar un mensaje a mi dear Joan, mi landlord, para decirle que no va a acabar con nosotras, que somos fuertes y que, por mucho que nos torture, pagaremos la renta el 5 de cada mes si queremos. Y que no nos vamos a ir del piso aunque nos intente disuadir a diario con "la máquina de asustar españoles", esa sirena industrial en forma de alarma de incendios que suena durante 20 segundos cada vez que cocinas, enciendes el horno o pones la tostadora.

Joan, que lo sepas, NO NOS MOVERÁN!

viernes, 5 de febrero de 2010

Una Mañana en Hyde Park

Me levanté pronto, como siempre. La mañana me deparaba una sorpresa: no llovía. Oportunidades así no se pueden desaprovechar, así que cogí la mochila, la llené con mi cámara, las orejeras y un cuaderno y me fui a ver Hyde Park.

Vivimos a unos 15 ó 20 minutos andando del pulmón verde de Londres y, por raro que parezca, aún no lo había visitado. Mi espíritu perroflautil, aquel que desarrollé cuando con 15 años comencé a frecuentar los parques para jugar con los hakys, bailar las cariocas o, simplemente, tirarme en el césped, me pedía a gritos lo que comienza a convertirse en una obsesión recurrente: huir de Oxford Street.

Así que a las 10 de la mañana de un soleado viernes, preludio de un maravilloso fin de semana, que diría aquel, atravesé por primera vez las verjas del imponente Hyde Park. Un plano del parque me dio la bienvenida y me indicó que el Serpentine, algo así como un lago, separa el Hyde Park propiamente dicho de los jardines de Kensington. De frente, una escultura homenaje a los caídos en la Gran Guerra. A la izquierda, la puerta principal de entrada al parque. Y en mi cabeza, tal batiburrillo de cosas que ver, direcciones que recordar y senderos que seguir, que al final decidí darme un paseo sin buscar nada, dejándome llevar por cualquier vericueto.

Seré provinciana, nacionalista y todo lo que queráis, pero siempre que salgo de Madrid, algo que ha ocurrido tres veces contadas, dos de ellas para ir a Segovia, acabo comparando lo que veo con mi querida capital. En este caso, la comparación obvia es: ¿en qué se diferencian y qué tienen en común Hyde Park y el Parque del Retiro?


Esta vez no me atreveré a decir que el Retiro es más grande, que a lo mejor. Pero tampoco diría que Hyde Park es más bonito. Y decir que “son distintos” no nos lleva a ningún lado. Así que, por aclarar algo y a grandes rasgos, diré que el Retiro son caminos que atraviesan arboledas y algún que otro jardín que tiene que ser cuidado por tropecientos operarios del ayuntamiento para que el césped no languidezca; mientras que en Hyde Park abundan grandes explanadas verdes salpicadas por árboles que se pueden observar desde los paseos amplios y asfaltados hechos para los paseantes, los estrechos caminos de arena para los caballos o desde la propia hierba.

En Hyde Park los policías patrullan en caballos percherones. El ambiente es tan húmedo que los trozos de hierba más verdes que seas capaz de imaginar se mezclan con inoportunos barrizales. Los árboles están plantados en hileras perfectas y, como en todos los parques, he ahí el encanto de estos maravillosos vergeles que salpican las ciudades, una sorpresa te aguarda cada vez que giras la esquina.

Hyde Park no tiene estanque, pero tiene un lago en el que se bañan palomas (muy, muy gordas), patos y hasta gaviotas. Las personas y los perros, no se pueden bañar, pero, a cambio, alguien ha puesto, a disposición del turista, del paseante ocasional y de los enamorados*, barcas que no van a remos, sino a pedales.

Después de hora y media de fotografías y paseos ya tenía una pequeña radiografía de lo que es Hyde Park así que, a media mañana y con la comida aún sin hacer, decidí que era el momento de volver a casa.

A la salida del parque, un señor con dos perrillos me sonrió. Creo que quería que fotografiara a sus mascotas. Me hizo pensar que tener un perro sería una buena forma de obligarme a salir, conocer gente y aprender inglés. Pero ni Sara, ni Sevi, ni por supuesto mi madre, me dejan tener perrito así que me tendré que conformar con los Book’s Clubs y con los Pubs (no os perdáis el próximo post, un paseo por algunos de los pubs históricos del Soho y, más interesante todavía, la crónica de nuestra primera noche de pintas).

Con mi espíritu perroflautil henchido de aire fresco, me fui a dar de comer a mi hambriento espíritu consumista, que una cosa no quita la otra. De camino a casa hice una parada en Primark donde, además de una manta para añadir un tono de rosa extra a mi colcha, me compré el objeto que ambicionaba desde que vi Lost in Translation: un paraguas transparente. Vosotros también lo habríais comprado, nadie puede resistirse a comprar algo que ha salido por la tele y que solo cuesta tres libras.

* Nota: Alguien me debe un paseo en barca por el Retiro y, como se descuide, se lo cobro en Londres.

jueves, 4 de febrero de 2010

Próximo objetivo: aprender inglés

Por primera vez, escribo desde el salón. Aún no tenemos internet. Pero tenemos tele: televisión por cable. Y no consigo despegarme de ella.

El martes vino a instalarla un tipo albano que me pidió tres veces que quedara con él para ir a tomar café, me dijo dos veces que era guapa, comparó mi pelo negro con el de las chicas albanas e intentó convencerme de que mi novio no tendría por qué enterarse de que me había dado su número de teléfono. Yo, en pijama, mal peinada y con la cocina patas arriba porque acababa de terminar de hacer lo que yo llamo “espaguetis a la sorpresa” (porque nunca sé cómo van a estar) y alitas de pollo para dos días, no veía el momento de que se marchara.

Pero al final se fue, me duché todo lo deprisa que pude (en media hora tenía que estar en el trabajo) y, mientras comía, comencé a disfrutar de uno de los grandes placeres de esta vida: ver televisión por cable después de que se hayan pasado una hora intentando ligar contigo.

Hay tantos canales que si fuera haciendo zapping uno a uno, tardaría al menos un par de horas en verlos todos. Hay tantos canales que la mayoría de las veces no sé qué ver y acabo poniendo BBC News. Hay tantos canales que veo Friends a la hora del desayuno, Perdidos (sí!) cuando como y How I met your mother mientras ceno.

Ahora que he encontrado el sustituto perfecto del HMV, presiento que mis horas de ocio en Londres comienzan a tener sentido. Mientras se cuecen las lentejas a metro y medio de mí, puedo escribir este post en el portátil y seguir viendo Friends. Decidme, ¿qué más se puede pedir a una estancia de un año en el extranjero? Pues llamadme ambiciosa, pero aún deseo más: quiero aprender a inglés.

Después de descartar apuntarme a un curso de inglés (de esos a los que llevo toda la vida apuntada y que, por lo que he podido comprobar una vez aquí se quedan cortos) comienzo a barajar otras alternativas.

- Book’s Club: Existen y en Londres hay uno en cada biblioteca. Se trata de un grupo de gente que se reúne cada mes para comentar la lectura de un libro que eligieron en la reunión del mes anterior.

- Lady’s Club: Lo que en Facebook llamaríamos “Señoras que quedan por las mañanas para hablar de sus cosas”. Pues eso, pero organizado por las bibliotecas municipales (benditas bibliotecas!) y con señoras paquistanís, chinas y, con mi presencia, también españolas. Nos intercambiaremos recetas, nos quejaremos de lo poco que ayudan en casa nuestros maridos y, con un poco de suerte, alguna entrañable señora inglesa me invitará a pasar el fin de semana a su casa de la campiña para que pueda probar su magnífico roastbeef.

- Curso de reciclaje: El ayuntamiento da unos cursos (espero que gratuitos) para que los buenos ciudadanos de Londres aprendan a reciclar. Si alguna vez te has preguntado en qué contenedor se echan las bombillas fundidas, este curso promete resolver todas tus dudas sobre reciclaje en una ciudad que, ojo, no tiene contenedores de basura.

- Escuela para adultos: Espero que la variedad de cursos vaya más allá de sacarse el graduado escolar y que sean gratuitos.

- Voluntariado: Me he apuntado a una web que pone en contacto a ONG’s y voluntarios. Sin embargo, por lo que he podido leer en diferentes foros, incluso acceder a un trabajo como voluntario, es decir, sin cobrar un duro, es complicado.

- Quedar con el albano: Prohibido por mi señor esposo.

- Ir de Pubs: Para qué contaros.

Ya se me han hecho las lentejas y se ha acabado el último capítulo de Friends de la mañana. Mientras me despido, en la tele, una pelota pintada con la bandera de España, bota, protagonista, en el anuncio del Euromillón. En cuanto aprenda el inglés suficiente como para entender todo lo que me dice en cajero hindú del Tesco, presiento que me sentiré como en casa en este país.

Nota a mis EfeBecarios por el mundo: Os sigo a todos, no tanto como quisiera, pero en una semana tendré (espero) Internet e intentaré ponerme al día de todos vuestros blogs. Mientras tanto, seguid escribiendo, que me encanta saber de vosotros.

miércoles, 27 de enero de 2010

"Los Soprano" tendrán que esperar

Álex me lo había dicho y pocas horas después de llegar a Londres pude comprobarlo: HMV, la tienda, es el paraíso de los DVD’s baratos. En Oxford Street, casi a la altura de mi calle, hay un HMV. Basta salir de casa y andar unos metros para toparse con el neón rosa que promete DVD’s, incluso de estreno, a tan solo tres libras. Más barato que un kilo de pollo. Cuatro veces menos que una entrada de cine.

Aunque no os lo creáis, todavía hay algo mejor que tener un HMV al lado de casa: tener un HMV al lado de casa y en rebajas. O al menos, eso es lo que yo pensaba.

Cuando entras, te das cuenta de que lo quieres comprar todo: el pack de Rocky a 15 libras, el del Señor de los Anillos a otras tantas, 14 películas de Hitchcock (14!) a 20, tres pósters por 10 libras y, lo mejor de todo: la serie completa de Los Soprano a tan solo 60 libras.

Me encarpiché. Quería comprar Los Soprano, lo necesitaba, me lo pedía el cuerpo, pero no acababa de decidirme. No había visto ningún capítulo y me daba miedo gastar tanto dinero en una serie que todavía no sabía si me iba a gustar. Era una inversión demasiado grande para hacerla nada más llegar a Londres, cuando aún no sabía, ni sé, qué gastos me deparará mi estancia aquí.

Mi tobillo malherido (¿os acordáis de él? Muchas gracias a todos los que os preocupasteis por mí!) acabó tomando la decisión por mí.

La semana pasada descubrí que mis botas negras, las que aguantaban la lluvia y me iban a acompañar en mis peripecias londinenses, me habían traicionado. En la bota del pie izquierdo se había desgastado una esponjilla que protegía el talón de un trozo de material duro puesto ahí por algún fabricante de zapatos desalmado con el único objetivo de joderme el pie.

Mis botas viejas recibieron su merecido.
Observad la tarima flotante que aparece en la foto. Según el contrato que firmamos con la agencia inmobiliaria, no nos la podemos llevar cuando dejemos el piso. Lástima.


Cuando descubrí lo que me habían hecho, me di cuenta de que nunca más podría volver a calzar esas botas y de que tenía que comprarme otras si no quería calarme los pies cada vez que lloviera, es decir, todos los días.

Las rebajas en Londres son un buen momento para hacer este tipo de inversiones y encontrar un calzado bueno a un precio, no necesariamente barato, pero tampoco desorbitado. Me recorrí todas las tiendas (todas, todas, no exagero), calzada con mis no-Converse de a 6 euros y dos pares de calcetines del Primark. Pero las botas que me gustaban eran finústicas y maluchas y las botas consistentes llevaban un tacón que acabaría conmigo al primer asalto.

Como ocurre muchas veces en estos casos, la solución llegó a última hora y en la sección de “nueva temporada”. El último día de rebajas, el domingo, encontré “las botas”. Eran justo lo que estaba buscando, solo que un poco más caro de lo esperado: 60 libras.

Los Soprano tendrán que esperar a las rebajas de junio.

Mis botas nuevas mirando por la ventana.

martes, 19 de enero de 2010

Esto son lentejas

El otro día, en uno de esos apasionantes programas matinales que echan a la hora de comer, debatían sobre si los inmigrantes que viven en el Reino Unido están acabando con las tradiciones británicas.

Yo, como inmigrante en este país, me sentí directamente aludida. En defensa de los inmigrantes que viven en Londres diré que dormimos en sábanas compradas en Primark, pagamos precios desorbitados por usar el transporte público, cenamos los sandwiches reduced del Tesco (los que ponen a mitad de precio a última hora de la tarde porque caducan al día siguiente) y hasta bebemos el agua del grifo.

Así que yo creo que, aunque no comamos roast beef los domingos, estamos contribuyendo positivamente a la cultura inglesa.

Y por si a algún británico sigue sin gustarle nuestra presencia en su país, aprovecho para decirle que esto son lentejas.


Foto de las lentejas que hemos comido hoy para celebrar nuestras dos primeras semanas en esta gran ciudad.

jueves, 14 de enero de 2010

Felicidades


Aún no ha llegado y ya se me ha hecho corto el fin de semana con él. Hoy es el cumpleaños de Sevi, mi Sevi. Y, en vez de quedarse en Madrid con los suyos, ha decidido venirse a Londres a verme. Pese a que Gatwick quizás esté cerrado. Aunque a penas sabe inglés y no podré ir a buscarle al aeropuerto. Sin tener la certeza de que mi pie nos permitirá salir de paseo. Olvidándose del frío. Atreviéndose a comer lo que cocino durante un fin de semana entero.

En fin, que parece que este chico me quiere. Y mucho. Así que disculpad que hoy me ponga pastelosa para desearle a mi Sevi feliz cumpleaños.

Auch!

Estos días no estoy disfrutando demasiado de mi estancia en Londres. Desde el fin de semana tengo dolorido el talón izquierdo, así que he optado por posponer unos días las visitas turísticas que me quedan pendientes (quiero ver museos ya!!) y desde el lunes, me paso las mañanas recluida en casa para ver si, con un poco de suerte, se me baja la hinchazón y mi pie vuelve a ser el de antes.

Como todo en esta vida, quedarse recluida en casa en lugar de salir a descubrir una de las ciudades con más fascinantes del mundo, tiene su parte buena y su parte mala. La parte mala es obvia. Y la buena es que tengo tiempo de sobra para dormir, cocinar, escuchar la radio (me he enganchado a London`s Biggest Conversation), ver el reality de jardinería de la BBC 2 y pelearme con los de la compañía del gas.

De hecho, la mañana de hoy ha sido tan, tan productiva que creo que ya tenemos todos los datos que necesitamos para poner la luz y el gas a nuestro nombre. Alabados sean British Gas y su servicio de atención al consumidor online!

Os dejo una foto de mi “esguince” patrocinado por la Obra Social La Caixa.

Pd.- Tía, gracias por el Ketoprofeno. Si no llega a ser por él, tendría que bajar a la pata coja los cuatro pisos que me separan de la calle para ir a trabajar.

martes, 12 de enero de 2010

In my room

Una de las cosas en las que estoy poniendo más empeño desde que he llegado a Londres, a parte de intentar hacerme entender con los de la compañía del gas, es conseguir que mi habitación parezca un hogar. O lo que es más difícil: que parezca mi hogar.



Cuando llegamos al piso y vi este cuarto por primera vez, supe que ésta tenía que ser mi habitación. Es más pequeña que la otra, no tiene la posibilidad de sacar una cama para los invitados y el corcho que cuelga en la pared es diminuto. Pese a eso, o quizá por todo eso, preferí este cuarto.

Después de comprar un edredón bastante hortera en Primark y de fabricarme una mesilla con el grill del horno, empecé a sentir esta habitación como propia. Estoy a llenando poco a poco el corcho de la pared y espero como agua de mayo la visita de Sevi el próximo viernes para que traiga el celofán que necesito para colgar las láminas de Banksy que compramos el sábado en el mercado de Portobello en Notting Hill.

Uno de los problemas que encuentro en esta ciudad es que no hay, o no he visto, tiendas de chinos tal y como las conocemos en Madrid. Se echan de menos para comprar pequeñas cosas como pilas, celo y pequeños electrodomésticos, a buen precio. Así que he aprovechado mi espíritu reciclador para reutilizar todo lo que pillo, decorarlo y plantarlo en la habitación.

Una caja de donuts me sirve para guardar los cargadores del móvil y los auriculares y una lata de maíz acoge ahora mis pinturas, limas y tijeras. Eso sí, con las cuatro cosas que tenemos en casa, me encargo de que todo quede decorado para que pegue con este edredón mío tan colorido que, más que edredón, parece un muestrario de rosas.

In my room, where time stands still...

lunes, 11 de enero de 2010

The Big Ben

NOTA: Publico con retraso esta entrada que escribí el viernes
Ayer, por primera vez, aprovechamos para hacer algo de turismo y comenzamos a explorar el barrio hacia Picadilly Circus, en lugar de hacia Oxford Street. Para que os situéis: vivimos en el Soho, en Wardour Street. La calle está llena de restaurantes, pubs y coches que no dejan de transitar a cualquier hora del día o de la noche. Y el barrio, según se encargó de explicarnos la que nos abrió la cuenta en el banco, es conocido porque “está lleno de chicas que llevan señores a sus casas”, vamos, de putas.

Estábamos hartas, o al menos yo lo estaba, de las tiendas y rebajas de Oxford Street y caminar por nuestro barrio hacia el sur era la mejor opción para huir del caos de las compras sin renunciar al bullicio de la gente.

Las luces de Picadilly, la parafernalia con que decoran los teatros que acogen los grandes musicales, los precios del supermercado del barrio chino y las librerías de Charing Cross, fueron algunos de los descubrimientos de la tarde que se vieron eclipsados cuando, desde Trafalgar Square, vimos el Big Ben por primera vez.

Ya era de noche y, de repente, sin esperarlo, nos topamos con el brillo anaranjado del reloj que asomaba en la lejanía. El encuentro fue tan fortuito que me llevó a pensar que puede que no sea yo la visitante inesperada de esta ciudad y que quizá sea Londres el que ha entrando en mi vida sin avisar. Ya bebo té dos veces al día.

miércoles, 6 de enero de 2010

Recien llegadas

Ayer mismo llegamos a Londres. Sobrevivimos al traslado de mas de 40 kilos de equipaje (disculpadme que no lo traduzca a pintas, me pillais un poco despistada con las medidas de capacidad inglesas) y llegamos a casa. Parecia imposible, pero lo conseguimos. Despues de una rapida visita a Primark, el piso, comenzo a parecer un hogar.

Pero antes de seguir hablando de mi primer dia en Londres, os voy a presentar a Sara. Ayer estaba muy enfadada porque tres post despues de comenzar este blog, no habia hablado de ella. Como vivire con ella durante los proximos doce meses y me conviene tenerla contenta, aprovechare los 20 minutos de internet que me restan de la hora que he conseguido por una libra con cincuenta para hablar de ella.

Sentada en el sofa, abrigada con una bata rosa de lunares blancos que se habia comprado en Primark, Sara ayer se alegraba de lo bien que se nos habia ido el dia: no nos habia llovido, los de la agencia no nos habian timado y, en menos de 12 horas en el pais, ya teniamos incluso un movil para llamar a nuestros contactos de skype gratis. Yo, en ese momento, le di la razon. Pero pensaba que, lo que en realidad habia hecho de ese primer dia en Londres un dia redondo, habia sido el hecho de tenernos la una a la otra para apoyarnos y empujarnos en los momentos duros que, pese a que todo salio bien, los hubo.

Mi tiempo de Internet se acaba y aun no he mirado tuenti. Creedme, dos dias sin tuenti comienzan a ser demasiado! Sara, no te preocupes, que ya serguire hablando de ti en otros post. Tengo un anyo entero para hacerlo! Pero, por el momento, creo que debes conformarte con esta entrada y comprometerte firmemente a hacerme esta noche un colacao calentito para compensarme.

Muchas gracias a todos los que leeis este blog. Gracias a Ana Victoria y Tomasi, porque con el aceite, la sal y el colacao que nos dejaron en el piso que heredamos gracias a ellos, nuestra casa parece un hogar espanyol como cualquier otro. Y aprovecho para saludar a mis padres y a mi familia que seguro que me estan leyendo.

El final de la entrada parece el tipico agradecimiento de cuando te dan un Oscar, pero es que no hay que olvidar que I grow up in a place called Alcobendas, when this was not a very realistic dream.

PD.- Perdonar la ausencia de tildes y de enyes, pero no me da tiempo a buscarlos, que bastante he tenido con encontrar la arroba en estos caoticos teclados ingleses.
C+S

lunes, 4 de enero de 2010

Mis pantalones de la suerte

A estas horas, mañana, estaré aterrizando en Londres. Intento no pensarlo, pero es inevitable hacerlo cuando tienes la habitación patas arribas, con ropa por todas partes; te has levantado a las 8.30 para acabar el papeleo, insufrible e interminable, de última hora, y presientes que, como tantas veces, te ha vuelto a pillar el toro y esta noche tendrás que hacer horas extra si quieres tener todo listo y a punto para mañana, a las seis de la madrugada.

Afortunadamente, cuento con una pequeña ayuda para sobrevivir a este trance. Hasta ayer no me di cuenta, pero lo he vuelto a hacer: llevo casi una semana poniéndome los mismos vaqueros. Y no pienso quitármelos.

Ya me había ocurrido antes. Cuando hice Selectividad, me pasé la semana de antes de los exámenes sin cambiarme de pantalones, unos pantalones negros y holgados, con grandes bolsillos para guardar la goma y los lapiceros, que eran el compañero ideal de todo estudiante. Los llevé tanto tiempo seguido, que cuando me los quitaba por la noche y los dejaba encima de la silla de mi habitación, temía que se fueran andando solos a la biblioteca, que ya se sabían el camino.


Ahora, después de tantos años, ha regresado a mí esa especie de superstición absurda e irracional. Esta vez, son unos vaqueros estrechos y acogedores los que me hacen sentir que, si los llevo puestos estos últimos días en España, si no me los quito hasta que llegue a Londres, todo irá bien. Y no me perderán la maleta. Ni hará frío cuando llegue. Ni lloraré en las despedidas. Y confío en que cuando me quite los pantalones antes de acostarme la primera noche que pase allí y los deje sobre la silla de mi nueva habitación, hayan pasado tanto tiempo conmigo, en movimiento, que sean capaces de mostrarme el camino de vuelta a casa.